San Pedro Sula, Honduras.
Un anciano con su ropa raída, barbado y escuálido tuvo la suerte de pasar frente a la casa de las Misioneras de la Caridad en San Pedro Sula, ya que una de las religiosas de esa congregación al verlo le ofreció alimento y albergue.
Andaba perdido y aunque deambulaba sin dirección, dijo que tenía familia, como para ocultar su triste situación. ¿Quieres comer algo?, le preguntó Sor Gracia y enseguida lo invitó a pasar.
Ahora es una de las 36 personas que reciben cuidados y protección por parte de las hermanas de la congregación fundada por la madre Teresa de Calcuta para dar amor “a los más pobres de entre los pobres”.
Ancianos sin protección y hombres rechazados por su familia por estar afectados por el sida, encuentran allí no solo alivio a sus dolencias, sino también el amor que afuera les niegan.
“Es fácil dar dinero a los que sufren, pero no darles tiempo que es lo que más se necesita”, dice Sor Gracia, una monja de origen chileno que forma parte de la congregación a cargo del centro.
Tenía 20 años Sor Gracia cuando descubrió su vocación de servir a Jesús. Entonces entró como voluntaria a la congregación donde hizo los votos de pobreza, castidad, obediencia y de servicio libre y de todo corazón a los más pobres.
Para cumplir con este cuarto voto ellas mismas deben llevar una vida de pobreza como la que vivió Jesús. Por eso ni siquiera usan teléfono celular, computadora o máquinas lavadoras.
Sus hábitos están hechos de algodón pobre, tejido en la India. Sobre el mismo llevan un sari blanco como los que usan las mujeres más pobres de la India, orlado de azul y unas humildes sandalias de Pablo en los pies.
Un anciano con su ropa raída, barbado y escuálido tuvo la suerte de pasar frente a la casa de las Misioneras de la Caridad en San Pedro Sula, ya que una de las religiosas de esa congregación al verlo le ofreció alimento y albergue.
Andaba perdido y aunque deambulaba sin dirección, dijo que tenía familia, como para ocultar su triste situación. ¿Quieres comer algo?, le preguntó Sor Gracia y enseguida lo invitó a pasar.
Ahora es una de las 36 personas que reciben cuidados y protección por parte de las hermanas de la congregación fundada por la madre Teresa de Calcuta para dar amor “a los más pobres de entre los pobres”.
Ancianos sin protección y hombres rechazados por su familia por estar afectados por el sida, encuentran allí no solo alivio a sus dolencias, sino también el amor que afuera les niegan.
 “No hay dinero que compre un poquito de cariño”, dice Sor Gracia.
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Tenía 20 años Sor Gracia cuando descubrió su vocación de servir a Jesús. Entonces entró como voluntaria a la congregación donde hizo los votos de pobreza, castidad, obediencia y de servicio libre y de todo corazón a los más pobres.
Para cumplir con este cuarto voto ellas mismas deben llevar una vida de pobreza como la que vivió Jesús. Por eso ni siquiera usan teléfono celular, computadora o máquinas lavadoras.
Sus hábitos están hechos de algodón pobre, tejido en la India. Sobre el mismo llevan un sari blanco como los que usan las mujeres más pobres de la India, orlado de azul y unas humildes sandalias de Pablo en los pies.
La superiora del hogar es Sor Pavitra, originaria de la India, quien fue discípula de la Madre Teresa, precisamente en Calcuta, donde ella comenzó su apostolado en beneficio de los desposeídos del mundo.
“Cuando la Madre Teresa asistía a un enfermo, para ella era como si se tratara de Jesús”, recuerda la superiora. Siguiendo las enseñanzas de aquella santa mujer, las misioneras en San Pedro Sula brindan también atención médica a los habitantes de los bordos, a quienes llevan alimentos y, sobre todo, el cariño que no han tenido.
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