25/04/2024
10:31 PM

'Victoriano López me dio clases bajo un mango”

Don Rolando Alarcón recuerda los años en que el destacado violinista y compositor inició su academia en el patio de la Escuela Guía Técnica Francisco Morazán.

Don Rolando Alarcón, uno de los primeros alumnos del maestro de música Victoriano López, vive en la colonia Fesitranh donde suele desplazarse en una carreta de madera, llevando consigo su inseparable guitarra y los gastados recuerdos de su juventud.

Tenía 19 años el joven Alarcón cuando comenzó a recibir clases de violín y viola con el insigne maestro, bajo un árbol de mango que regalaba su sombra en el patio de la Escuela Francisco Morazán la cual funcionaba donde ahora está el Museo de Antropología e Historia.

“Después nos dieron el auditorio donde había un piano todo destartalado”, dijo.

Don Victoriano llegaba puntual a aquella improvisada academia de música, vestido con riguroso traje y corbata, su pelo negro peinado hacia atrás y sus zapatos bien lustrados, según lo describe su antiguo alumno nacido en Santa Rosa de Copán.

Al morir sus abuelos que lo criaron en la ciudad occidental, Rolando Alarcón se vino para San Pedro Sula con la espinita de la música clavada en el corazón. Aquí tuvo la suerte de conocer a Don Victoriano López que era un reconocido violinista de la ciudad industrial y le enseñó a tocar con partitura.

‘Si les gusta la música tendrán que sacrificarse’ les dijo el gran maestro a Rolando Alarcón y a otro amigo amante también del arte musical cuando le pidieron que les enseñara a tocar un instrumento.

“Mi gran satisfacción es que fui de los primeros alumnos del maestro quien comenzó enseñándonos los valores musicales, bajo de un palo de mango. Allí conocí lo que era la solfa”, manifestó Alarcón quien después se convirtió también en maestro de música.

Al igual que su maestro, Alarcón estuvo impartiendo clases de solfa por muchos años en los colegios de segunda enseñanza de San Pedro Sula. Cuando don Victoriano murió, Alarcón y otros de sus exalumnos propusieron que la academia que el destacado violinista había fundado, llevara su nombre.

“No me imaginé que la Escuela Victoriano López se convertiría en la gran institución que es ahora”, dice el veterano músico con su voz gastada por sus 78 años.

Fue también trovador

El auge mayor lo tuvo la escuela bajo la dirección del español Juan Tutto Difent quien le enseñó a cantar en coro, dice don Rolando Alarcón.

“Fui una de las cien voces que él reunió para formar el más grande coro que ha habido en la ciudad, el Orfeón Sampedrano”. Un año entero nos tuvo estudiando música de los grandes maestros”, dijo.

El polifacético músico catalán fue el continuador de la gran obra de Victoriano López. En su honor, la sala Juan Tutto Diffent de la escuela de música exhibe una estupenda obra en yeso que inmortaliza su rostro.

Don Rolando Alarcón visitó recientemente la institución para admirar la obra en honor a ese gran maestro que junto a Victoriano López lo hicieron músico de escuela.

Con el tiempo Alarcón formó el trío Los Payadores que cantaba música folclórica en actos culturales, pero también música popular en los bares. Casi nadie sabía que aquel trovador bohemio tenía categoría de músico profesional.

“Los clientes nos pagaban a veces con tragos, aunque nosotros les decíamos que necesitábamos comer”, recuerda.

Todavía canta pero su voz ya no tiene la misma potencia ni el timbre de aquellos tiempos, dice su amigo Willfredo Barahona, conocido como Willy Boy quien le ha dado acogida en su casa de la colonia Fesitranh.

El tiempo parece haberse confabulado con el destino contra el veterano músico pues hace tres años sufrió un accidente en la casa a consecuencia del cual tiene que movilizarse a veces apoyado de su bastón y otras en una carreta que mueve con una manivela.

“Me levanté a orinar a media noche y me fui agarrando de la pared, pero de repente me deslicé y me caí lesionándome el hueso de la cadera”, dice al recordar aquel accidente.

De vez en cuando saca su guitarra y se pone a cantar, nomás para relajarse, porque sobrevive con lo que le manda su único hijo, que vive en Estados Unidos.

Su compañera de hogar murió hace unos años, así que aquí solo vive de sus recuerdos y de la amistad incondicional que le ofrece la familia de Willy Boy.

Machucaba a las bailadoras

Aunque Rolando Alarcón vivía la música con intensidad, no le gustó bailar en su juventud. Si iba a los bailes era más por escuchar las orquestas que por moverse al ritmo de su música.

“Me gustaba ir los sábados al Tropical o a El Palmeras, pero nunca aprendí a bailar. Las muchachas se enojaban porque les machacaba los pies”, recuerda.

Más que danzar le gustaba ver las películas mexicanas en el cine Hispanos o las de John Wayne o Gary Cooper que exhibía el cine Colombia los domingos en matiné.

En una de las etapas de su alocada juventud, además de cantar en los salones, también fue jugador y árbitro de fútbol. Eran los tiempos de Chulampín Cedillos y Tile Guzmán, reconocidos árbitros sampedranos que lo invitaron a pertenecer a su directiva.

“Jugué en el Sport Boy, el equipo del cual salieron grandes jugadores como Yearwood, pero yo lo hacía solo por pura diversión. Después de los partidos, ganáramos a perdiéramos nos íbamos a tomar”.

Lo único que ganaba como jugador o como árbitro era la entrada gratis al estadio porque no tenía sueldo, dice.

Se retiró del deporte porque todo el tiempo lo nombraban en las directivas como secretario, para hacer lo que menos le gustaba hacer: escribir.

Como ni la música ni el deporte le daban para comer, trabajó por mucho tiempo en la desaparecida librería Paragón que distribuía las revistas de moda entre las muchachas de la sociedad de esa época.