Las claves 2015: Historias humanas

Jefry Onil Mejía usa las manos en sustitución de sus piernas atrofiadas para pegarle a la pelota mientras se arrastra por la calle de cemento en las tradicionales tardes de potra en la segunda etapa de la Satélite.
No hay diferencia entre él y los otros muchachos cuando es hora de jugar.

Sin él no hay juego. La pacotilla siempre pasa frente a su casa gritándole que salga cuando llega la hora de darle al balón. A su madre Reyna Mejía no le parece mucho que practique este tipo de deportes porque no deja de lacerarse los tobillos, las manos y las rodillas, aunque use protectores; pero no se opone porque esos juegos son su gran entretenimiento y su pasión.

Los toma muy en serio, como si se tratara de encuentros de liga, y se prepara para tener fuerza en las manos, haciendo ejercicios con pesas que él mismo construye.

A Jefry la vida lo dotó del don de la inteligencia y la perseverancia. A medida iba creciendo fue demostrando sus habilidades. Jefry es uno de los mejores alumnos del colegio bilingüe adonde estudia el octavo grado; pero si lo examinaran en el tema del fútbol, también obtendría notas altas porque sabe la trayectoria de los equipos del mundo y de sus grandes astros.

Su favorito es Cristaino Ronaldo y sus equipos, el Motagua y el Real Madrid.

El mayor sueño de Jefry es convertirse en abogado. El muchacho es el segundo de tres hermanos y la familia se sostiene con un negocio de ropa usada que tiene su madre y las raquíticas remesas que el padre envía desde México.

Estuvo 45 días en coma y vivió dos años con una bala en la cabeza y, sin embargo, Keidy Jahaira Villanueva no solo sigue viva, sino que ha recuperado la mayor parte de sus facultades. Estaba por cumplir 15 años cuando sujetos que reclamaban unas tierras en El Cowle, San Manuel, dispararon por equivocación contra el carro en que viajaba a Tela con su madre y una hermana menor.

Hasta los médicos que la asistieron en aquella ocasión cuando fue ingresada casi muerta al hospital Mario Rivas se asombran al verla de regreso a la vida, sonriente y conversadora.

El carro en que viajaban doña Lourdes Enamorado y sus dos hijas se descompuso justo frente al terreno que reclamaba como suyo el grupo de supuestos campesinos que las atacaron a tiros sin ninguna razón. Una de las balas le penetró a Keidy Jahaira en el lado derecho de la cabeza y se le alojó en el izquierdo.

“No me le dieron esperanza de vida”, recuerda Lourdes, una maestra de escuela que ha sido madrey padre para las dos niñas con quienes vive en la colonia Cerro Verde, de Choloma. Keidy se ha recuperado después de aquel trágico incidente que conmovió a los hondureños el 16 de junio de 2012.

Aseguraron que no pararían hasta conseguir su objetivo de reunirse con Barack Obama y cumplieron su palabra. Siete de los 10 integrantes de una caravana de hondureños mutilados que estaban presos en un centro para migrantes de San Antonio (Texas) se ganaron el derecho a defender su caso ante una Corte de Inmigración y hasta lograron trabajar y establecerse en Maryland, Estados Unidos.

La caravana partió de Honduras el 26 de febrero con la intención de llegar hasta Washington para intentar reunirse con el presidente Barack Obama. Sus integrantes quedaron mutilados en el tren de carga conocido como La Bestia en su intento de cruzar ilegalmente la frontera entre EUA y México. Su intención fue denunciar las duras condiciones que afrontan los migrantes y solicitar una visa humanitaria para tener una vida mejor.

Pese a las dificultades de movilidad propias de su condición, no cesaron en su empeño de llegar a EUA.

Tras un primer intento fallido, las autoridades de EUA les permitieron cruzar el punto fronterizo de Eagle Pass, adonde se entregaron. Tras ser internados en un centro de detención de migrantes, tres de ellos prefirieron regresar a Honduras.

Su ejemplo y deseos de superación hicieron que su historia se conviertiera en una de las más leídas del año. Gina Meza es una joven luchadora que tiene bien fijadas sus metas y el camino que le toca enfrentar no es para ella ningún obstáculo.

Tras regresar por la tarde a su casa en el bordo de la Santa Marta, de San Pedro Sula, Gina cuelga su uniforme blanco de estudiante de Medicina y se pone una gorra vieja y una vestimenta desteñida para ir a reciclar sacos desechados en ese mismo sector.

No ha faltado quien le pregunte con mordacidad cómo es posible que estudie Medicina y se dedique a lavar costales sucios, como si eso fuera denigrante. Sin perder su carácter apacible, la muchacha responde que lo indigno sería que anduviera por las calles vendiendo su cuerpo para poder sostener sus estudios.

Es más, el proyecto en el que trabaja tiene una finalidad noble porque las utilidades que se obtienen sirven para dar de comer a muchos niños de esos bordos, adonde campea la pobreza. Ella y las otras personas que allí laboran reciben solo un salario.

Para mucha gente, este trabajo es de pepenadores. No ven su componente humanitario, dice.

Elí Reyes, un bombero de 24 años, ha demostrado que tiene clara la definición de servicio y entrega. Todos los días pone en riesgo su vida para salvar la de otros.

Su labor inicia orando para pedir a Dios que las misiones que surjan en el día resulten exitosas. El megáfono rompe su silencio: “Bombero Elí Reyes, presentarse a la cabina central”. Elí, un joven alto, fornido y de tez blanca, se apresura al llamado. Al llegar a la estancia, un hombre sale a su paso, trae la mano ensangrentada y envuelta con un pañuelo. ¿Qué le pasó?, cuestiona el intrépido bombero mientras revisa la herida. Además de apagar llamas se capacitó como paramédico. Él está encargado de atender a los que buscan ayuda en la estación de Choloma.

El espíritu de superación de José Antonio Matamoros lo llevó a culminar sus estudios en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras en el Valle de Sula (Unah-vs).

A sus 73 años de edad recibió el título de abogado en el área mercantil.

Para concretar sus sueños luchó contra las adversidades de la vida y hasta con el mal de Parkinson, enfermedad que no lo deprimió, ni frenó su sed de superación. En 2002 ingresó a la Unah-vs con la misión de graduarse de abogado en el área mercantil para complementar de cierta forma los conocimientos contables que adquirió al graduarse como perito mercantil en el 1964 en La Ceiba, su ciudad natal.

Desde joven siempre pensó en asistir a la universidad, pero en la época en que se graduó en La Ceiba no había mucha oportunidad para cursar estudios superiores. El paso del tiempo no borró su sueño y en 2002 una lectura de un libro motivacional fue el detonante que lo hizo recordar su anhelo de emprender su carrera universitaria.

Eulogio Martínez fue elegido este año como el mejor productor del mejor café del país y ganador de la Taza de Excelencia 2015.

La intensa dulzura, la acidez perfecta, el sabor a bayas y manzanas rojas que posee el café que cultiva don Yoyo, como lo llaman de cariño en la aldea donde vive, sedujo al jurado internacional que decidió darle una calificación de 91.19% a su delicioso aromático.

La máxima presea del concurso la otorga el Instituto Hondureño de Café (Ihcafé).

Don Yoyo estaba seguro de la calidad de su café pero jamás imaginó que ganaría la competencia.

“Había participado en otras dos ocasiones, pero nunca pasé de la ronda nacional, por eso cuando anunciaron mi nombre me quedé como tres minutos sin poder hablar. No podía creer que había ganado. Sentí una emoción y una locura imposible de describir; estoy agradecido con Dios por esta oportunidad, con los encargados del ingenio San Vicente que me animaron a participar y con el Ihcafé”, declaró el cafetalero al equipo de LA PRENSA que visitó su finca en Las Flores, Santa Bárbara. Para este caficultor llegar a la cima no fue fácil.

Con nostalgia recuerda que hace 30 años, para poder sobrevivir, ensillaba caballos, chapeaba fincas y trabajaba como cortador de café por una paga de cinco lempiras diarios.

“Aquí no había muchas oportunidades de empleo; hacía de todo para ganarme la vida. Yo era un jornalero que vivía de chambitas. Trabajaba de cuatro de la mañana a ocho de la noche por cinco lempiras diarios”, declaró.
La perseverancia que caracteriza a don Yoyo lo motivó a convertir el patio de su casa en una improvisada finca; comenzó sembrado mil plantas de café.

El poco dinero que ganaba en las diversas tareas lo invirtió en el mantenimiento de las plantas.
No pasó mucho tiempo para que su sacrificio se viera recompensado; en la primera cosecha de la pequeña finca logró sacar una buena producción.

“Tuve suerte, logré sacar 12 quintales de café. Ese año (1985) el quintal se pagó muy bien y me dejó un buen dinero; con eso puede invertir en comprar otro pedazo de finca, y así fui creciendo.

Hasta el día de hoy que junto a mi esposa y mis siete hijos, que también se dedican a cultivar café, tenemos 18 manzanas en producción”, dijo.

Las características exóticas del grano especial que cultiva don Yoyo no han pasado desapercibidas; hace cuatro años que el representante de una tostadora de Noruega le está comprado la cosecha.