Cuando tenía seis años, Mónica (nombre ficticio) sentía cierto placer al matar pollos, ratones y otros animales pequeños. Un día hasta le quitó la vida a un perro. Para su madre, estas eran travesuras de una niña inquieta.
Contra su voluntad, porque dijo que no estaba loca, hace dos meses a Mónica, quien ahora tiene 14 años, la llevaron a un centro médico capitalino para que “la hicieran pensar”, según su madre.
Dato
En la mayoría de los casos, a las mareras las capturan en posesión de listas de personas extorsionadas y dinero recolectado producto del delito. A pocas, les decomisan armas.
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Una profesional de la psiquiatría, que atendió a Mónica, dice que esta niña padece de trastorno de personalidad antisocial (TPA). En otras palabras, ella es una sociópata, una persona que no puede adaptarse a la sociedad, miente y tiene una disposición para matar a otra persona sin compasión.
“Este es un trastorno que, hasta ahora, no tiene cura. No hay medicamento ni psicoterapia para eso. Uno lo que puede indicar, a veces, es algo para disminuir la impulsividad y agresividad en casos extremos de sociopatía”, dice la psiquiatra, que solicitó no revelar el nombre de ella y de la paciente.
Mónica, quien creció sin su padre, vive en una colonia marginal de Tegucigalpa, prácticamente en un hervidero de mareros. Es probable, según psiquiatras, que, si no hay signos hereditarios, ella sufra esta patología a causa del ambiente hostil donde ha crecido.
En estas calles de Chamelecón, las maras siguen operando.
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Las maras, tanto la MS-13 y Varrio 18 (los integrantes de esta organización utilizan la V en lugar de la B en el nombre porque es parte de la simbología de identificación en su lenguaje mímico), han nutrido históricamente sus células —llamadas en su jerga clicas o barrios— con individuos de todas las edades que tienen una predisposición, tal como Mónica, para atentar contra la vida de otras personas.
Sépalo
Antes de marzo, las miembros de las maras tenían comunicación, mediante teléfono celular e internet, con las mujeres que integran las maras. Actualmente, no.
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Estas, por tener un trastorno que las hace sentir superiores, no necesitan mayor entrenamiento. Los jefes o cabecillas de ellas solamente han tenido que enseñarles un par de veces a cómo manipular una pistola o un fusil de asalto. “Hay que aclarar algo, estas mujeres no están locas, ellas son sociópatas y deben estar en cárceles para proteger a la sociedad, si las autoridades demuestran que cometieron un delito. Estas mujeres y todos los hombres de las maras son un peligro para la sociedad”, según el psiquiatra Bismark Espinoza.
Espinoza está seguro de que esas organizaciones criminales reclutan con facilidad a más mujeres, de entre los 15 y 30 años, porque estas, además de presentar algunas psicopatías que las hace vulnerables en muchos casos, son fácilmente persuasibles dado sus condiciones socioeconómicas adversas. “Estas son mujeres que viven en zonas marginales, tienen menores recursos económicos y menores perspectivas de vida. Son fácilmente manipulables por delincuentes y se dejan apantallar por el dinero”, plantea Espinoza.
Las mujeres que asumen el papel de miembro se comprometen a ejecutar delitos como el de la extorsión.
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Exactamente esto es lo que sigue sucediendo en Chamelecón, San Pedro Sula. Pese a que el Gobierno ha desarticulado a células de esas organizaciones y ha enviado a los cabecillas a cárceles de máxima seguridad, las clicas en este sector siguen operando y reclutando a hombres y mujeres, principalmente adolescentes.
“El reclutamiento forzado ya no existe. Ahorita, las muchachas se dejan impresionar por los muchachos que son los jefes de los dos grupos. Ellas se hacen novias de ellos o pasan a formar parte de manera voluntaria de las dos maras”, explica una persona que conoce el tema y vive en Chamelecón. Para frenar el crecimiento de las maras, en 2015 el Gobierno construyó una base de operaciones de la Policía Militar (PM) en un predio de 10.5 manzanas. Este centro posee 28 edificios que son usados por más de 1,500 elementos. Además, instaló cámaras de vigilancia que son monitoreadas desde el Centro de Emergencias y Coordinaciones de Operaciones.
La MS-13, que tiene el control de una parte de Chamelecón, y Varrio 18, que, igualmente, ocupa otra zona, no se han quedado de brazos cruzados. Han replanteado el modus operandi, la forma de integrar a sus simpatizantes y reclutar a miembros permanentes (llamados hommies o homeboys), entre ellos, a las mujeres.
“Esta zona es MS. A ellos, desde que son una organización, nadie los mira, pero, es probable, que ellos los estén viendo a ustedes”, le advierte la dueña de una pulpería del centro de Chamelecón a periodistas de LA PRENSA que llegan al negocio como clientes.
Aquí, el ambiente es tranquilo. No hay violencia: cero robos y cero asaltos. Los jóvenes y adultos caminan enajenada y despreocupadamente hablando con sus teléfonos. Hay vigilancia de los elementos de la PM y también de los miembros de la MS.
En Chamelecón, la violencia se desata si los mareros cruzan la frontera de los territorios que ellos han establecido con la aceptación de los habitantes. La línea divisoria es una calle situada contiguo al instituto Modesto Rodas Alvarado, en la colonia Eben Ezer, donde pandilleros de la 18 acribillaron un autobús y asesinaron a 28 pasajeros en diciembre de 2004.
Veinte años atrás, muros y paredes estaban atestados de grafitis, llamados placazos, de figuras que marcaban y delimitaban el control territorial. En las entradas de los barrios había menores de edad con walkie talkie en las manos para informar quién entraba y quién salía. Estos son llamados banderas.
En 2017, cuando WhatsApp es una herramienta básica en las comunicaciones, las banderas (informantes) no usan esos aparatos. En Chamelecón, muchas mujeres llevan teléfonos en sus manos.
Ella es exuberante, es de tez trigueña, mide 1.75 de estatura, aproximadamente. Calza tenis, viste un short y una camiseta con la marca deportiva preferida por las mujeres de la Salvatrucha.
Maras replantean el papel de las mujeres en la organización
Luego de que el Gobierno llevara a los jefes de las maras a las cárceles de máxima seguridad, las clicas, dirigidas por hombres, han tomado más protagonismo en las decisiones que toman aisladamente en lo que los pandilleros llaman meeting.
Por ahora, a las mujeres, que a finales de 2016 las enviaban a cobrar extorsión, las utilizan como banderas (vigilantes e informantes), contadoras o transportadoras de encomiendas, lo cual incluye drogas en cantidades inferiores, según el giro que tenga la clica a la cual pertenecen. En 2010, las maras habían categorizado a sus miembros conforme al papel dentro de la organización: había simpatizantes, aspirantes, novatos, pandilleros permanentes y líderes. |