26/04/2024
12:56 AM

El otro Mundial de Brasil se juega en la selva

La copa de la Amazonía, que comienza en abril y termina en septiembre, muestra que Brasil es “el país del fútbol”.

Amazonía Brasileña, Brasil.

Olvídese del Mundial de Fútbol. En este recodo de la amazonía brasi­leña los habitantes ya están absortos en un torneo de fútbol al que toman con la misma seriedad: la Copa Floresta Ativa.

El torneo, que comenzó en abril, pone en juego el prestigio de decenas de pequeños pueblos en la confluencia de los ríos Tapa­jós y Arapiuns en la Amazonía bra­sileña. Los partidos se juegan en campos de limo bajo el agobiante sol amazónico. Los jugadores con botines tienden a dominar a aque­llos que no los tienen.

Brasil, que organiza la Copa del Mundo que comienza el 12 de junio, se autodenomina como “el país del fútbol” algo que se de­muestra con la profundidad del fervor por el fútbol en esta fronte­ra amazónica.

Por generaciones, pequeños pueblos como Suruacá han viajado por bote para asistir a los partidos de visitante que avivan las rivalidades entre los pueblos. Luego de los encuentros, las alegres fiestas de celebración producen matrimonios entre los otrora rivales.

“El fútbol es para nosotros una forma de mostrarle a la gente del exterior que aquí en la Amazonía no todo son monos, jaguares, pa­cas y pavos, serpientes y caima­nes. También hay seres humanos a los que les gusta divertirse, ani­mar, meter goles y ver goles”, dice Djalma Lima, un delgado y vivaz hombre de 50 años que entrena a los equipos de hombres y mujeres de Suruacá.

La villa, a la que se llega su­biendo una resbalosa escalinata desde el río Tapajós, es un lugar tranquilo en el que la gente se le­vanta con el cantar del gallo, culti­va pequeñas parcelas y come fru­tas como la uxi, que tiene el sabor de una papa. El pueblo de 470 ha­bitantes también alberga una fe­roz rivalidad entre sus dos clubes de fútbol, Norte Brasil y Santos.

“Cuando Norte Brasil y Santos juegan, es como Argentina y Bra­sil”, dice la esposa de Lima, Mar­garete Lima, de 52 años y madre de ocho hijos quién también es una veterana del equipo femeni­no de Norte Brasil.

El fútbol ha sido un estilo de vida en este lugar desde que sus habitantes tienen memoria. Las transmisiones radiales de los par­tidos llegaron a la Amazonía en la década de los 40. Aunque aún no cuenta con electricidad, los habi­tantes del pueblo encienden un generador diésel para ver juegos clave por televisión. El club Norte Brasil se fundó hacia 1950, su rival Santos, un poco después.

“Antes de Norte Brasil tenía­mos fútbol amateur y antes de eso eran los indígenas los que vi­vían aquí”, dice Nacio Francisco de Souza Filho, un ex resinero de caucho de 86 años que caminaba por un sendero de Suruacá. Souza Filho solía jugar como mediocam­pista para Norte Brasil.

Inspirados por el Mundial de Fútbol, los pueblos decidieron crear un torneo regional, su pri­mero desde 2001. El campeona­to se jugará hasta septiembre. Toma tanto tiempo organizarlo ya que algunos equipos se co­munican con el mundo exterior enviando mensajes en barco.

A principios de abril, Surua­cá se preparaba para un partido de liguilla río abajo, en la villa de Anumã.

Antes de una práctica, Lima le dio a su nieto de 14 años, Lu­cas, un masaje de pies con aceite guardado luego de fritar pirañas. “Los jugadores del Mundial tienen todo: medicina, hidromasajes. No­sotros sólo tenemos aceite de pi­raña”, indicó.

Hacer mucho con poco es su especialidad. Como funcionario de salud del pueblo, limpia los cortes con una solución de semi­llas empapadas en Cachaça, el li­cor brasileño.

Cuando eso no es suficiente, llama al “ambu-bote” de la ciudad más cercana, Santarém. En marzo, lo necesitó para atender un ataque cardiaco, dos mordeduras de ser­piente, una de escorpión y un caso grave de disentería.

La víctima del ataque cardíaco era Domingos Pimentel, un hom­bre de 74 años conocido como Pi­menta, admirado por su estilo de juego cuando vistió la camiseta de Santos y que seguía luchando por su vida en un hospital de San­tarém. Los jugadores de Suruacá pensaban en él cuando saltaron al campo para practicar.

Todos en Suruacá parecen ju­gar al fútbol. En un momento la pelota salió del campo en direc­ción a una mujer descalza que ca­minaba con un niño pequeño. Sin cambiar su paso, la mujer pateó el balón de vuelta al campo con un elegante taconazo.

En una práctica de mujeres, la guardavallas de uno de los equi­pos notó que un grupo de infantes necesitaba un snack, así que reco­gió un palo del suelo y corrió a un árbol de jambú. Sacudió las ramas con el palo y frutas rojas brillan­tes llovieron sobre ella. Momen­tos después, los niños estaban co­miendo jambú. La mujer corrió de regreso a la portería y terminó el entrenamiento.

En la noche, columnas de humo provenientes de fogatas se elevaron desde el campo. Des­pués de la última práctica antes del partido en Anumã, la familia Lima se reunió para una cena de cutia, un roedor parecido a una ar­dilla grande. Cayó la noche y el ge­nerador de la ciudad fue apagado. Suruacá estaba lista.

Y en ese momento, ocu­rrió la tragedia. Pimentel había muerto en el hospital. Alguien tocó la campana del pueblo. Los líderes se reunie­ron y concluyeron que debe­rían retirarse del torneo en una señal de respeto.

En la mañana, otra pers­pectiva se impuso: Suruacá debería tratar de ganar la copa por Pimienta.
La decisión desató la búsqueda de un nuevo barco. El que habían contratado para ir al partido había sido enviado para traer de vuelta el cuerpo de Pimentel. Afortuna­damente, una organización sin fi­nes de lucro local, Saúde e Alegria, consiguió un reemplazo.

A bordo, Lima dio más masa­jes. Los jugadores descansaron en hamacas. El entrenador bailó des­calzo e hizo reír a todos.

Al llegar a Anumã, los jugado­res saltaron del barco y amarraron sus botines Nike de imitación en un pedazo de madera que el río ha­bía depositado en la orilla. Pasa­ron frente a un bar donde al menos un equipo estaba “inspirándose” antes del partido. En los alrede­dores una vaca recién sacrificada colgaba a los rayos del sol. Los co­cineros hicieron estofado con ella poco después.

La cancha era fea, incluso para los estándares amazónicos. Esta­ba tan inclinada, que cada equipo jugó cuesta arriba la mitad del partido y los torrentes de lluvia agregaron zanjas y montículos al terreno.
En algunas ocasiones, la pelota se salía del campo hacia la jungla. Un recogebolas descalzo estaba listo para ir a buscarla.

Las mujeres de Suruacá gana­ron su primer partido fácilmente, avanzando a la final, ya que sólo dos de los otros equipos femeni­nos se habían presentado.

Las esperanzas de los hom­bres de Suruacá descansaban en el sobrino de Lima, Jailson Bentes Oliveira, el arquero del equipo con tan sólo 17 años.

Dejó Suruacá a los 13 años para jugar con un equipo profesional de una liga menor en Santarém. Se retiró dos años después cuando una carga de ladrillos cayó sobre su pie mientras trabajaba como al­bañil y cortó su tendón de Aquiles. Este era su regreso, dijo.

Los hombres de Suruacá esta­ban empatados contra su rival Vila Franca con pocos minutos restan­do en el reloj. Un delantero de Vila Franca disparó un balón hacia la esquina superior derecha de la portería. Oliveira lanzó su cuer­po extendiéndose hacia el cielo y despejó el balón. Salvó el partido y obligó a la serie de los disparos desde el punto penal.

Oliveira, usualmente estoico, adoptó una actitud más exuberan­te a la hora de los penales. Saltó, movió sus manos y golpeó su pe­cho, buscando desconcentrar a los cobradores. Los jugadores de Suruacá contribuían gritando “bótelo, bótelo, bótelo” cuando un jugador de Vila Franca se prepa­raba para cobrar.

La estrategia funcionó. El úl­timo disparo de Vila Franca se fue por encima. Los jugadores de Suruacá corrieron por el campo. Uno dio un salto mortal. Se reunie­ron en un círculo para agradecer­le a Pimentel a quien atribuían la ayuda para llegar a la final, a ju­garse en septiembre.

Oliveira fue el jugador del par­tido. La última vez que lo vieron esa noche fue con una de las be­llezas de Suruacá, desaparecien­do entre las olas de bailarines en el bar.