26/04/2024
08:10 AM

Cuentos y Leyendas de Honduras: El ayudante

El desconocido cambió la llanta, aseguró bien los tornillos; ella sonrió agradecida, metió la mano en su cartera y él contesto: “No, no señorita, guarde su dinero.

    La joven Maribel se dedica a la compra y venta de joyas, con frecuencia viaja entre Tegucigalpa y San Pedro Sula, a veces la acompañan sus dos hermanos, otras viaja sola en su turismo.

    Hola Maribel, a tiempo llega, tengo una clienta que me estaba preguntando por las joyas de plata y oro que usted me trae; pero siéntese, ya la atiendo. Don Fredy, vendedor de joyas de la ciudad de San Pedro Sula, era de los principales compradores de la joven vendedora. Minutos después, don Fredy quedaba asombrado de las maravillas que le mostraba: “No sé cómo se las ingenia para que le hagan esas cosas tan maravillosas Maribel, esta vez las compro todas”. La joven comerciante era muy conocida y querida por sus clientes, a veces se quedaba en Siguatepeque, otras en Comayagua y así se ganaba la vida honestamente.

    Era el año de 1998, debido al mal tiempo que imperaba se quedó a dormir en un hotel de Siguatepeque, fue a visitar a ciertas amistades y luego regresó al hotel para pasar lo noche, en esa ocasión la acompañaban sus dos hermanos.

    “Ya ven muchachos que hoy no nos fue tan mal, lástima por el mal tiempo, es peligroso bajar esa cuesta hacia Comayagua, porque a esta hora circulan rastras y camiones y ha habido muchos accidentes”, dijo la vendedora. Una semana después, Maribel viajó de nuevo a San Pedro Sula, no tenía que ir a regatear con sus clientes, la mercadería que llevaba era de encargo. Llegó a la ciudad de los zorzales, visitó a sus clientes, entregó las joyas y decidió regresar a Tegucigalpa a las tres de la tarde, calculando que estaría llegando a las seis y media o siete de la noche. Había neblina en el trayecto del Lago de Yojoa desde Taulabé hacia el cerro de las Caleras, por fortuna era temprano y se podía ver con claridad la carretera. Se aproximaba a Siguatepeque cuando Maribel tuvo que hacer una difícil maniobra con el timón, se le ponchó una llanta delantera del vehículo, había un hombre en la orilla de la carretera que corrió a auxiliar a la muchacha: “Disculpe... está bien.... no le pasó nada...?” “por suerte no...pero me llevé un gran susto, respondió ella. “Vale más que venía despacio señorita, saque la gata y los fierros le ayudaré a cambiar la llanta”, le indicó el individuo.

    El desconocido cambió la llanta, aseguró bien los tornillos: “Listo señorita, ¿se fija que soy buen ayudante...? ella sonrió agradecida, metió la mano en su cartera y, “...no, ...no señorita, guarde su dinero que un favor a cualquier persona se le hace, mejor invíteme a un café en el comedor Suyapa que queda ahí adelante...”, aclaró el desconocido. “Está bien... súbase...”. Llegaron al comedor, se tomaron el café y conversaron. “A propósito, ¿cuál es su nombre...?, preguntó ñs mujer. “Me llamo Raúl, vivo en una casa que está cerca de donde se le ponchó la llanta, estaba esperando a un amigo porque mañana tenemos que cortar unas naranjas para venderlas en la orilla de la carretera”, contestó el desconocido. “¿Y usted qué hace...cómo se llama...?, interrogó el hombre. “Mi nombre es Maribel y me dedico a la compra y venta de cosas, viajo una o dos veces por semana a San Pedro Sula, a veces me tardo hasta un mes en viajar y regularmente me acompañan mis hermanos, esta vez les dije que viajaría sola”, declaró la comerciante. ¿Pero se da cuenta que es bueno andar acompañado?, señaló el hombre. “Bueno, Raúl tengo que irme porque se me va hace tarde, muchas gracias por todo”. “Al contrario, gracias a usted por el cafecito”, expresó Raúl. Una semana después, Maribel viajaba con sus dos hermanos a San Pedro Sula, les había contado del incidente en la carretera y de la amabilidad de aquel inesperado ayudante.

    Al regreso de San Pedro Sula y cerca del comedor Suyapa vio a Raúl y estacionó el vehículo: “Hola, Raúl... le presento a mis dos hermanos... veo que hoy si tiene naranjas a la venta... así que le vamos a comprar”. Conversaron un rato con Raúl, luego se despidieron de él con mucha alegría. “Mmmm, me parece que le gustas a tu ayudante, Maribel, casi te comía con los ojos, jejejeje”, bromeó uno de los hermanos. “Uy vos, no seas mal pensado, si apenas acabo de conocerlo, aunque a decir verdad es un hombre joven y no es feo”. Los hermanos se rieron y contando chistes regresaron a Tegucigalpa. “Saben qué...la próxima vez que vaya a San Pedro Sula le voy a llevar un regalito a Raúl por lo bien que se portó conmigo”, dijo la muchacha. “Mmm, es lo que yo digo, a esta le gustó el ayudante, jajaja”, todos se rieron de la ocurrencia. Quince días más tarde pasó Maribel por el comedor Suyapa y siguió mirando hacia los lados de la carretera buscando a Raúl, pero no lo vio. “A lo mejor lo encuentro al regreso, uno tiene que ser agradecido con la gente”. Esa vez estuvo tres días en San Pedro. Partió temprano, aproximadamente a las nueve de la mañana tomó rumbo hacia la capital, iba alegre porque los negocios marchaban bien.

    “No sé si le quedará la camisa que le llevo a Raúl, pero calculadamente ese es el número”. Llegó al lugar adonde Raúl vendía naranjas y no lo encontró, se estacionó esperando verlo y pensó... “a lo mejor está en el comedor tomando café, si no lo encuentro ahí, le voy a dejar la camisa”. Llegó al comedor, saludó a los comensales y buscó a Raúl, luego se acercó a una muchacha y le preguntó por él, le dio la descripción. “¿Qué le pasa?, preguntó Maribel, La muchacha se sostuvo en una mesa y dijo: “Raúl era mi hermano, murió atropellado ahí donde usted dice que le ayudó a cambiar la llanta, el falleció hace dos años”. Cuando Maribel llegó a la capital mandó a oficiar misas por el eterno descanso del alma de aquel que inesperadamente fue su ayudante en la carretera. Increíble historia pero...¡cierta..!