26/04/2024
10:20 AM

Historias y Leyendas de Honduras: El Buda

Los hondureños somos especialistas en andar imitando las creencias de otros países.

    Los hondureños somos especialistas en andar imitando las creencias de otros países, las traen aquellos que han viajado por el mundo y se las dan a conocer a sus familiares y amigos.

    Doris Membreño hizo una gira con su esposo, un alemán llamado Gunter, que la llevó a China, Japón, Rusia y otros países. Ella se dio cuenta de las formas de adoración que tienen en esos lugares y la impresionó la adoración al Buda. Se enteró de los asombrosos poderes de los monjes Shaolin. Al regresar a Honduras trajo varias estatuillas de Buda que les regaló a sus amistadesy les indicó que, si querían ganar en los negocios, simplemente sobaran la cabeza del Buda. Si eso no les daba resultado, lo indicado era darle golpes suaves para hacer la petición.

    Oneida Alvarado, una amiga de Doris, recibió la pequeña estatuilla con gran alegría. Era una mujer muy supersticiosa y creía firmemente que el Buda le traería la suerte que necesitaba. Una mañana le dijo a su esposo:

    —Si le sobas la pelona a esta figurita, vas a tener una suerte que nadie de ninguna parte te podrá quitar.

    El esposo le respondió sonriendo:

    —Mejor le sobo la pelona a mi jefe para que me aumente el sueldo, ja, ja, ja. Pero espérate, le voy a pasar la mano a ver si es verdad que ese Buda da buena suerte.

    Al día siguiente, la mujer se sorprendió cuando recibió una llamada telefónica: era un hermano de su esposo.

    —Cuñada, dígale a mi hermano que mi tío Miguel le dejó una pequeña fortuna en su testamento. Ayer lo leyeron los abogados.

    Emocionada, alzó la pequeña estatua y la besó varias veces.

    —¡Gracias, Budita lindo, gracias!

    Fue así como empezó la adoración de aquella pareja a un Dios que veneran los chinos, todo por imitar lo que sucede en otras culturas de las que poco sabemos.

    Pasaron los meses. Económicamente, las cosas marchaban a las mil maravillas. Oneida al fin tenía todo lo que había deseado en la vida: una residencia de lujo, tres vehículos, una buena cuenta en el banco, tarjetas de crédito, fiestas, etcétera.

    El Buda ya no era pequeño. Mandaron a traer a México una estatua de tamaño regular a la que le hicieron un altar donde había una campana de siete metales diferentes que producía sonidos raros. En otras palabras, cambiaron su adoración al Dios de sus padres dejándose llevar por un Buda e imitando la adoración del Buda para los chinos y otras culturas. Todas las mañanas al salir de su casa, los esposos besaban la cabeza del Buda y algunas veces lo insultaban: “Si no me conseguís lo que quiero, te voy a quitar de este altar y te voy a echar al basurero”.

    Una mañana, Oneida se despidió de su esposo. Como todos los días se quedó aseando la casa. Estaba sumida en sus pensamientos cuando le pareció escuchar que alguien se reía en la sala.

    De inmediato caminó hacia el lugar y no encontró a nadie, únicamente estaba el Buda en su altar. Se dio cuenta de que la estatua la miraba fijamente y le pareció ver que una sonrisa se dibujaba en la imagen del Dios chino. Un escalofrío le recorrió el cuerpo, soltó la escoba y la dejó caer sin dejar de ver al Buda. De inmediato llamó a su esposo y le contó lo sucedido.

    —Amor —dijo—, es tu imaginación. Has estado tan entregada a ese Buda que ahora se te queda mirando y se ríe con vos.

    Aquellas palabras lograron calmarla. Regresó a ver la estatua y la vio igual.

    —Hum, mi esposo tiene razón. Es mi imaginación.

    Cuando llegó la tarde, el esposo dijo eufórico:

    —Me ascendieron y ahora soy el gerente de mercadeo. ¿Qué te parece? Voy directo a darle un beso al Buda.

    Ella estaba entusiasmada.

    —Es por eso que me pareció ver que me miraba fijamente y sonreía. Era como una señal.

    —Arréglate, mujer, que nos vamos a celebrar.

    Se fueron a cenar y a bailar y regresaron a la una de la mañana medio borrachos. Él se sentó en el sofá para quitarse los zapatos y la ropa. Enfrente tenía al Buda, al que le había encendido una vela roja antes de irse con su esposa. Se puso de pie y Oneida le ayudó a quitarse el saco. Repentinamente, la llama de la vela roja comenzó a elevarse y bajar y soltó un chisporroteo que los alarmó.

    —Apaga esa vela, mujer, que puede agarrar fuego la cortina.

    Cuando Oneida se disponía a apagar la vela roja, el Buda lanzó una carcajada que los dejó petrificados. Subió la llama de la vela, llegó al techo y comenzó un incendio. Los esposos salieron corriendo y escucharon una voz que les gritó en medio de una carcajada:

    —Ja, ja, ja, cobramos los favores que hacemos, ja, ja, ja.

    La casa cogió fuego en segundos y también los carros en los garajes hasta que todo quedó en cenizas a pesar de los esfuerzos de los bomberos por apagar el voraz incendio. Los esposos estuvieron varios meses en tratamiento médico y psiquiátrico hasta que un hombre entregado a Cristo les dijo:

    —La Biblia es clara cuando dice: No tendrás Dioses ajenos delante de mí. Ustedes tienen suerte de que su alma no haya sido reclamada por los demonios. Oren constantemente, no crean en falsos dioses ni en supersticiones, nunca adoren a dioses ajenos. Ahí están los resultados, pero como Dios los ama les está dando la oportunidad de salvarse.

    Cuentan que aquella pareja, después de la diabólica experiencia, se convirtió al cristianismo y dejó a un lado las cosas del mundo. Fue dura la lección, pero sirvió de ejemplo para muchos que se entregan más a practicar la hechicera y el espiritismo.