26/04/2024
11:07 PM

Historias y Leyendas de Honduras: La cadena del muerto

Don Nicolás se colocó en el cuello una enorme cadena de oro con una cruz llena de rubíes, luego se subió a su viejo carro lo encendió y se fue para la ciudad.

    Don Nicolás se arregló el bigote, se hizo unos retoques en el pelo con un viejo cepillo y finalmente se colocó en el cuello una enorme cadena de oro con una cruz llena de rubíes, luego se subió a su viejo carro lo encendió y se fue para la ciudad.

    El Dr. Después de darle algunas palmaditas en el hombro le dijo: Vea don Nico, lo único que debe cuidarse es la presión, tómese los medicamentos tal como se los he recetado y no tendrá problemas, –y dígame don Nico, ¿cómo van los negocios? –Don Nicolás, al darle un apretón de manos al médico le contestó: –Por el momento las cosas no marchan muy bien como en otros tiempos, todo está caro todo sube y nada baja, la gente se ha vuelto malvada, matan a las personas por robarles una gorra o un celular... pero ahí vamos viviendo, gracias a Dios.

    –Con el perdón que usted se merece –dijo el médico–, pero con esa gran cadena de oro y ese crucifijo tan bello no me explico como es que no lo han asaltado –jejejejeje –río don Nico– los ladrones saben con quien se meten.

    –Don Nicolás vivía en San Pedro Sula, tenía una bodega en el mercado del Barrio Medina, era amigo de todo el mundo, servicial, bondadoso y atento, era un hombre alto, robusto que imponía respeto, quizás por eso los ladrones no se le acercaban porque les daba miedo, durante su vida de joven tuvo cuatro hijos con dos mujeres, eran hombres responsables, dos de ellos vivían en La Lima, uno en Puerto Cortés y el último en San Pedro; de vez en cuando lo visitaban y le llevaban los nietos, a los niños les encantaba jugar con la gran cadena de oro de su abuelito, el se reía y los colmaba de cariño. Tenía la piel curtida por el sol ya que había trabajado arduamente en los campos bananeros.

    A veces se quedaba pensativo recordando su vida, sus viejos amores y sobre todo a su inolvidable madre doña Herminia, quien lo había criado bajo la religión católica. De niño lo llevaba a la iglesia enseñándole que la nobleza del corazón debe ser la primera cualidad del ser humano, de ella había heredado ser una persona servicial y atenta con el prójimo, raras veces se enojaba. Dos hombres llegaron a buscarlo: –¿Es usted don Nicolás? –Preguntó uno–, lo andamos buscando de parte de su exesposa Corina, venimos de los juzgados atendiendo una denuncia de ella.

    –¿De veras? –Dijo don Nico– y de qué se me acusa?, yo me divorcié de esa mujer hace muchos años. –Bueno –dijo el segundo–, lo acusa de amenazas a muerte y de maltrato sicológico. Nosotros no venimos a confrontarlo, somos simples empleados del juzgado.

    –Don Nico se llevó la mano derecha a su frente y expresó: –Tengo años de no ver a esa mujer, me imagino que debe ser otra de sus locuras, era extremadamente celosa conmigo y me pasaba amenazando pero no hay problema, deme la citación que con mucho gusto iré a los tribunales. –Bueno señor, aquí está, lamentamos tener que ser portadores de malas noticias.

    Días después don Nicolás salía de los tribunales profundamente indignado a pesar de haber salido bien librado de la acusación, el juez vio el estado de salud de aquella mujer que lo acusaba y ordenó que la enviaran a una institución para enajenados.

    Llegó a su bodega, no se sentía bien con lo que había ocurrido y mientras atendía a una señora se llevó las manos al pecho, fue fulminado en segundos por un ataque al corazón.

    La señora dio la voz de alarma y de inmediato dos hombres acudieron al lugar, uno de ellos aprovechó la oportunidad para quitarle la gran cadena de oro.

    Se llamó a las autoridades, llegó una ambulancia pero era demasiado tarde, la muerte de don Nicolás conmocionó a los vendedores del mercado y a todos los que en vida lo habían conocido, solo sus familiares cercanos se percataron de la falta de la gran cadena de oro.

    –Qué bárbaros –dijo uno de sus hijos–, ni muerto respetaron a mi papá, le robaron su cadena. –Lo que muchos no sabían es que la cadena era un regalo que doña Herminia había entregado a su hijo Nicolás antes de su muerte, o sea que para don Nico aquella cadena con el crucifijo lleno de rubíes era algo especial.
    Don Fermín era el nombre del hombre que había robado la famosa cadena, sabía que le podían descubrir y se fue a Puerto Cortés en busca del negro Aníbal, con quien había hecho algunos negocios chuecos, estaba seguro que él compraría la cadena.

    Pero aconteció que cuando llegaba al puerto con su vehículo, la cadena comenzó a salirse de la bolsa del pantalón y en segundos se enrolló en el cuello de Fermín; el vehículo hizo impacto en un árbol y mientras el ladrón moría ahorcado, una voz tenebrosa le dijo: “He venido por mi cadena desgraciado ladrón”.

    Entre tanto, en San Pedro Sula y en la casa de don Nicolás apareció la hermosa cadena sobre la cama, nadie pudo explicar el extraño fenómeno ya que habían buscado la cadena por todos los rincones sin encontrarla.

    Existe la creencia que si alguien le roba algo a un muerto, este regresa desde su tumba a reclamar lo que le pertenece.