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A regidor lo mataron en la casa donde nació en El Negrito

  • 14 julio 2015 /

El regidor nacionalista José Saúl Tinoco decía que un buen político ni siquiera debe tener perros bravos en su casa para no ahuyentar a sus simpatizantes.

San Pedro Sula, Honduras

El sábado anterior, José Saúl Tinoco se levantó a las cuatro de la madrugada a ensillar los caballos para participar con sus hijos en la inauguración de la feria en honor a la Virgen del Carmen. Con cara de felicidad le pidió a su compañera Marina Pineda que le alistara la ropa porque quería ponerse guapo para la festividad patronal de El Negrito.

El regidor nacionalista hizo sus acostumbrados ejercicios en el patio de la vivienda y luego leyó un pasaje de la Biblia antes de ponerse la ropa vaquera que le aplanchó Marina.

Había nacido en esa vivienda sencilla de techo de tejas y paredes de tierra que le dejó de herencia su padre, por eso nunca quiso remodelarla por más que sus amigos le decían que la convirtiera en una lujosa residencia.

Como buen político, argumentaba que prefería una casa humilde para que todos sus amigos sin distinción pudieran visitarlo. Es más, siempre mantenía abierto el portón del extenso patio para que todo mundo pudiera entrar, comenta su familia. Nunca pensó que por allí podían ingresar, como Pedro por su casa, los hombres que llegaron en moto a quitarle la vida ese mismo sábado.

Él decía que un buen político ni siquiera debe tener perros bravos en su casa para no ahuyentar a sus simpatizantes.

Como a las diez de la mañana salió de aquella propiedad campestre con su pequeña hija Esther, de siete años, y su hijo Alex, de 22, cada quien en su cabalgadura, a participar en los festejos patronales. Su mujer quedó en la casa preparando una sopa de mondongo que el hombre le pidió para el almuerzo. Sería la última que se tomaría.

“Arreglemos, déjenme”, rogó a sus asesinos el regidor

Foto: La Prensa

Los sicarios llegaron con la moto hasta este corredor.

Asado

Mientras cabalgaba por las calles de El Negrito entre la algarabía de la gente, se veía agigantado por su estatura de 1.90 metros sobre El Moro, su caballo favorito. El animal no permitía que lo montara otra persona que no fuera Tinoco, comentó su mujer.

Por la tarde fue con ella a la vecina comunidad de Morazán a visitar a una hermana y volvieron antes del anochecer. Marina se fue a la iglesia y él se quedó en la casa dispuesto a descasar porque al día siguiente iría con los cipotes a las aguas termales después de asar en casa un ovejo de una de sus propiedades.

Al salir de la iglesia, la mujer se dedicaría a condimentar el ovejo que llevarían aliñado trabajadores del político, hacendado y empresario de la madera.

Sin embargo, la carne quedó esperando porque esa noche sucedió la tragedia. Marina estaba todavía en la iglesia cuando le avisaron de lo sucedido a su marido. “Sentí que el mundo se venía abajo”, relató la mujer el pasado lunes durante el rezo para el difunto. Estaba con otros familiares y amigos frente a un altar con flores azules y blancas adornando la fotografía del regidor.

Contó que por el portón de la propiedad había ingresado el carro transportando la carne del ovejo; por eso estaba de par en par cuando entraron los emisarios de la muerte a cumplir su cometido.

En ese momento, el regidor ya se había quitado la indumentaria de jinete para ponerse ropa de andar en casa y se disponía a prepararse un té.

Los hombres cruzaron el patio y llegaron al corredor de la vivienda con los rostros cubiertos con cascos de motociclistas. Vieron a Karen, sobrina del regidor, y le preguntaron si tenían tablas de 15 pulgadas. Ya se iban de regreso al no recibir una respuesta positiva cuando salió el regidor a decirles que podía conseguirles esa madera.

Fue entonces que uno de ellos se dirigió a él apuntándole con la pistola al tiempo que le decía: “Venimos por un encargo”. Tinoco quiso detener la acción invitándoles a tener un arreglo, pero de nada le sirvió. Al recibir los primeros tiros dirigió una mirada a su sobrina con sus ojos claros, como si le mandara un mensaje. Cayó de bruces en el piso de la cocina y allí lo remataron los sicarios, quienes huyeron nerviosos y hasta se cayeron de la moto antes de perderse en las calles.