27/04/2024
06:28 PM

Nosotros y ellos

    La cultura política hondureña se ha caracterizado, y continúa, desafortunadamente, con similar tendencia, por la polarización, el autoritarismo, la violencia, el enfrentamiento, la intolerancia, separando a los compatriotas en dos bandos antagónicos: amigos y enemigos, internos y externos.

    Como producto de esa categorización dicotómica, a la vez incluyente y excluyente, se alienta el divisionismo de la comunidad nacional en “buenos” y “malos”, “virtuosos” y “bandidos”, en una visión maniquea que convierte a los hondureños en dos extremos, con resultados trágicos: guerras fratricidas, montoneras, asonadas, golpes de Estado, desembocando en el suicidio colectivo.

    La ambición, sed de poder y riqueza por parte de camarillas políticas que deliberadamente fomentan el divisionismo, la manipulación, la apropiación de recursos y bienes públicos, refuerza la pobreza extrema, la conflictividad, la exclusión social, la hegemonía del Poder Ejecutivo sobre el Legislativo y Judicial, en abierta violación del artículo constitucional no. 4, que establece la complementariedad e independencia de los tres poderes, sin relaciones de subordinación.

    Esa concepción del Estado como botín a repartirse entre el caudillo y sus secuaces es, desde todo punto de vista, alienante, coercitiva, nepotista, irracional, ajena a la transparencia y el rendimiento de cuentas.

    Diversos pensadores hondureños han reflexionado acerca de esta patología. Así, el polígrafo Rafael Heliodoro Valle concluía que la historia patria “podría escribirse en una lágrima... Por él han corrido largos ríos de sangre en una larga noche de odio y de dolor”. Salatiel Rosales interpretaba la política local dividida en dos extremos: “La plaza pública o el campo de batalla; la primera fue una lucha cívica, la agria, o la envenenada pugna del comicio; la segunda fue la “revolución”, el bárbaro y sangriento encuentro de las hordas, encabezadas por los caudillos”. Roberto Sosa percibió a nuestro país como “un peñasco sin posible salida”, en el que la historia “se puede escribir en un fusil, sobre un balazo, o mejor dentro de una gota de sangre”. Ha llegado el momento de remontar tales reflexiones, muy cercanas a nuestra dramática realidad, para conducir a la nación por la ruta del civismo, el honor, la dignidad, el bien común, la fraternidad y solidaridad. El pensar y actuar en esos términos excluyentes impide aspirar a la conciliación y la unidad, olvidando que al convivir bajo el mismo espacio geográfico constituimos una sola familia: la hondureña, que debe esforzarse por convivir en paz y armonía en pos del bien común, con un pasado y presente compartidos, herederos de un invaluable legado forjado por las generaciones anteriores a la nuestra.