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De águilas y dragones

  • 04 febrero 2017 /

Los planes de Trump incluyen volver a la época dorada del “made in USA”.

    Sna Pedro Sula, Honduras

    Desde que iniciara su carrera por alcanzar la presidencia de Estados Unidos, el ahora presidente Trump manifestó su recelo respecto al papel que ha jugado China en las últimas décadas tanto en la industria como en el comercio mundial y, en concreto, sobre las repercusiones que ha tenido en la economía estadounidense el hecho que muchas de sus industrias hayan trasladado sus operaciones a ese país y dejado sin trabajo a miles de sus conciudadanos.

    En efecto, la migración de la producción manufacturera, no solo hacia China sino a otros países cuya mano de obra es mucho más barata, sigue siendo un problema que la sociedad estadounidense no han logrado digerir ni resolver. Es dramático, para el caso, darse un paseo por ciudades como Baltimore o Detroit y toparse con barrios en ruinas, en donde antes vivían familias encabezadas por obreros que trabajaban en fábricas hoy inexistentes o tremendamente diezmadas.

    Por algunas de las acciones recientemente emprendidas por el señor Trump, pareciera que su objetivo es tender un cerco a la industria nacional para que mantenga sus capitales y su producción en suelo estadounidense y de esa manera recuperar los puestos de trabajo para su gente. Ya lo hizo con Ford, y su frustrada planta de producción en territorio mexicano, como claro mensaje de que su discurso de campaña no era simple retórica.

    Todo indica que sus planes de gobierno incluyen dar la batalla por volver a la época dorada del “made in USA”. Sin embargo, aunque es una aspiración legitima y hasta cierto punto patriótica, lograr, a estas alturas de la historia, retornar a la aldea local y abandonar la aldea global en los planos fabril y comercial es muy poco práctico y realista.

    La dinámica empresarial mundial, los flujos de capital, la creación de bloques económicos, la interdependencia y la desaparición de fronteras arancelarias son realidades que han llegado para quedarse. El costo de producción de una pieza de ropa, por poner un ejemplo, en los Estados Unidos, es tan alto que la volvería incomprable para la mayoría de sus mismos ciudadanos y, debido a ese mismo costo, se convertiría en un artículo de lujo en los destinos de exportación en los que pretendiera colocarlos.

    En la geografía comercial actual sería sumamente peligroso automarginarse o sobreprotegerse porque resultaría en un aislamiento suicida que, al final, se volvería en contra de la misma economía estadounidense. Eso tenía sentido en los cincuentas o en lo sesentas, pero el panorama actual, sobre todo por los altos niveles de desarrollo logrados por varios países asiáticos, imposibilita un proyecto de crecimiento en solitario. De no haber un cambio en la mentalidad del presidente Trump, de no recibir los consejos adecuados, el mundo empresarial continuará su marcha y aprenderá a prescindir de un socio importante, pero que acabará por no ser indispensable.