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Unidos contra el crimen

  • 24 agosto 2016 /

    La reunión de los tres Presidentes del Triángulo Norte de Centroamérica, realizada recientemente en El Salvador, constituye un paso más para hacer un frente común definitivo contra los grupos delictivos que han hecho de esta región una de las más violentas y peligrosas del mundo. Las fronteras compartidas, que nos separan pero que también nos unen, nos obligan a tomar medidas coordinadas, ya que el mal de uno es, definitivamente, el mal de los otros.

    La historia y, por supuesto, la geografía, ha unido a El Salvador, Guatemala y Honduras siempre. Aunque económicamente podemos decir que Guatemala ha estado siempre en un estado mayor de desarrollo, también es cierto que la violencia originada por cuestiones políticas tuvo ahí sus primeras manifestaciones. El Salvador vivió una guerra civil que dejó miles de muertos y, aunque llegó la paz y la insurgencia convertida en fuerza legal llegó finalmente al poder, la crisis social generó unos poderes paralelos originados en la calle, que se han convertido en un auténtico problema que no solo dificulta la convivencia pacífica del propio país, sino que se extiende al resto de los países del área y más allá. Se habla ahora de presencia de la Mara Salvatrucha en varias ciudades de los Estados Unidos e, incluso, en Barcelona y Madrid.

    Honduras, que durante por lo menos un par de décadas se mantuvo al margen tanto de la convulsión política como de fenómenos como la extorsión y el pandillerismo, ha visto cómo a partir de la segunda mitad de la década anterior las agrupaciones ilícitas han tomado una fuerza sumamente preocupante al calor del narcotráfico, la impunidad y la corrupción policial. Encima, la crisis de 2009 produjo una fisura en el espectro político nacional que no ha beneficiado para nada la cohesión y la solidaridad entre los ciudadanos.

    Hoy, las tres naciones hermanas y vecinas han caído en cuenta de que ante una dificultad común resulta más inteligente trabajar juntas. Las características que presentan y las actividades ilícitas a que se dedican las agrupaciones de delincuentes son bastante homogéneas. La cercanía y los medios para comunicarse que provee la tecnología permiten que las bandas criminales o los extorsionadores operen básicamente sin fronteras. El libre tránsito entre los países, que tiene también grandes beneficios, facilita el traslado de los cabecillas y otros integrantes de estas mafias, cada vez mejor organizadas, equipadas y asesoradas. Por lo anterior, ningún esfuerzo aislado tiene posibilidades de éxito.

    Los centroamericanos, sobre todo los de este Triángulo Norte, esperamos con ansia recuperar la tranquilidad, y por eso esperamos que estas reuniones presidenciales tengan frutos concretos en la mayor brevedad posible.