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Acuerdo de París

  • 14 diciembre 2015 /

    Desde las alentadoras palabras del secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, “sabemos las soluciones y tenemos poco tiempo de margen”, al eufórico anuncio del presidente francés, François Hollande, “el primer pacto universal de la historia de las negociaciones climáticas”, apenas transcurrieron doce horas que explican las presiones y el afinamiento que hubo que realizar en el acuerdo climático de la cumbre de París.

    El documento que fue debatido hasta el último minuto, está enfocado a limitar el aumento de la temperatura media del planeta, fijar techos en las emisiones de gases invernadero e identificar y establecer un sistema de financiamiento (100 mil millones de dólares anuales) para los países con menos recursos y con mayor exposición a los efectos del cambio climático para mitigar los daños e irse adaptando a la nueva situación, un proyecto urgente, necesario y de generaciones.

    Mientras para algunos la euforia o el optimismo por el acuerdo de París es como quien estando a dieta proclama el triunfo con la primera ensalada (Bjorn Lomborg, presidente del Copenhagen Consensus Center), para otros como el director de Greenpeace International, Kumi Naidoo, “la rueda de la acción gira lentamente, pero en París ha girado. El texto coloca claramente a las industrias fósiles del lado malo de la historia”.

    La ruta se ha trazado, pero falta su recorrido que no será nada fácil tal y como muestra la historia en otros intentos, en los que, pese a los desastres, cada vez más extensos e intensos, lo dicho se fue esfumando sin llegar a los hechos, de manera que los daños son cada vez mayores y más difíciles de prevenir y mitigar.

    La voracidad, cuyo origen hay que buscarlo en el siglo XIX con la revolución industrial, es tal que amenaza al planeta o, lo que es lo mismo, el hábitat de los seres vivos, cuyo único depredador irresponsablemente prepara el suicidio individual y colectivo si no se logran medidas prácticas, vinculantes e inmediatas. Aunque señalan revisiones cada cinco años, la primera será en una década, el 2025, meta lejana ante las cada vez más catastróficas consecuencias del cambio climático.

    Honduras, sumamente vulnerable a los fenómenos naturales, carece de conciencia en la prevención, de manera que las acciones son fruto de la reacción ante los embates de la naturaleza, sequía o inundaciones, tal y como se aprecia en extensas zonas. Proteger el ambiente y prevenir para disminuir la vulnerabilidad es velar por el bienestar fundamental de los hondureños. Todos a proteger el hogar común.