Señalamos recientemente en esta misma columna la urgencia de visión clara y voluntad firme a lo que añadimos acción determinante y oportuna, pues de buena voluntad está lleno el camino al infierno, señala la sabiduría popular. Hay un clamor inmediato que hoy se ha de atender, pero hay también un reclamo colectivo que ha demostrado en estos últimos días ser una exigencia existencial para millones de personas.
Si hasta hace unas horas la vista y el oído de los habitantes del valle de Sula se dirigía hacia occidente, cuencas alta y media de los dos grandes ríos, la exigencia hoy con respuesta inmediata es estudio, planeación y realización de obras para regular los caudales, de manera que se mitiguen los daños y, mejor, que se eviten, pero esto será menos real por el cambio climático, la deforestación, la contaminación, el desordenado desarrollo urbano y el trazado de infraestructura vial no pocas veces sin estudio ambiental.
Hasta aquí, el pasado, dolorosamente lo venimos pagando cada dos décadas. Así que ya es hora de decir basta y enfrentar las causas de unos efectos que nos tienen sumergidos en una de las mayores tragedias de la historia de Honduras.
Bien hace el Gobierno al acercar más al presente y futuro de Honduras a profesionales con experiencia en el manejo de graves problemas y con el compromiso personal, no de grupo o de partido, de dar lo mejor de sí.
Pero también es necesario conocer hasta dónde llegarán los consensos o las decisiones.
¿Qué grado de vinculación contendrán las propuestas? Es cierto que el poder se halla en quienes han sido investidos, pero la emergencia exige algo o mucho más que consultas y consejos, es decir la acción manifestada en el consejo, pues palabras puede haber muchas y sabias, pero en estas graves jornadas exigen hechos.
Los consejeros son personas de conocida trayectoria por lo que hay confianza no solo en la visión que proporcionen, en la voluntad que manifiesten sino en la exigencia de las acciones propuestas en las reuniones para lo que necesitarán tranquilidad, pues el arquero da en la diana cuando tiene serenidad, la menor crispación le hace fallar, expresa el filósofo alemán Eugen Herrigel en su obra Zen, el arte del tiro con arco.