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Buscamos cirineos

  • 18 septiembre 2019 /

Con el premio Quetglas no solo se exalta la figura de un hombre que en vida rehuyó homenajes y honores.

    San Pedro Sula, Honduras

    Con este eslogan se comenzó, desde finales del mes de julio, la búsqueda de nominaciones para la cuarta entrega del Premio Quetglas. Por cuarto año, Diario LA PRENSA y otras empresas líderes de dimensión nacional premiarán, la semana que viene, a una persona o una entidad que haya realizado una labor solidaria que ha permitido una mejora notable en la calidad de vida de grupos sociales desfavorecidos por limitaciones económicas, desventajas físicas u otra coyuntura que impide su total inserción en la dinámica social del país.

    El eslogan hace referencia a la figura de aquel Simón de Cirene que ayudó a nuestro Señor Jesucristo a cargar la pesada cruz en su camino hacia el Calvario, acción que, además, procuró imitar a lo largo de su dilatada existencia el siempre recordado sacerdote católico Antonio Quetglas, que llegó un día a Honduras y se quedó, hasta su muerte, para predicar el Evangelio con la palabra y con las obras.

    Con el premio Quetglas no solo se exalta la figura de un hombre que en vida rehuyó homenajes y honores que, indiscutiblemente, mereció, sino que se busca animar a particulares y colectivos a mantener en el tiempo sus cometidos solidarios, así como despertar conciencias para que muchos otros los imiten.

    La llamada justicia distributiva no es una virtud que debe ejercer el Estado en solitario. Los ciudadanos, a través de iniciativas que buscan paliar el sufrimiento ajeno, también facilitan una mejor distribución de los bienes de la tierra. De ahí, la trascendencia que premios como el que nos ocupa tienen para la sociedad entera.

    Los actos solidarios poseen también un efecto ejemplarizante. Muchas veces, ante el bien que hacen otros, aquellos que permanecían indiferentes o cautivos de su propio egoísmo logran superarlo y abandonar la comodidad que los mantenía adormecidos.

    Encima, cuando se adquiere conciencia del sufrimiento ajeno y se reflexiona sobre las ventajas que la vida nos puede haber concedido, se cae en cuenta de que no se puede ser feliz a solas y que el enfermo, el pobre, el ignorante, nos interpela, nos hace ver que, en el fondo, no estamos totalmente eximidos de culpa y somos, en alguna medida, corresponsables de su situación.

    Conceder un premio como este no es, pues, de ninguna manera un acto social, sino un deber de justicia. Justicia para el padre Antonio, cuyo ejemplo y legado sobrepasan por mucho a su existencia terrena y justicia para los que hacen el bien sin pedir nada a cambio, pero que seguro valorarán que se les anime y reconozca.