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Contra Honduras

  • 22 junio 2019 /

Otra causa puede ser: un trastorno afectivo generado por frustraciones personales o humillaciones mal digeridas, para lo cual haría falta una terapia psicológica paralela a un proceso de sanación espiritual.

    Con el consabido pretexto de que hay que luchar por una sociedad más justa y equitativa y en contra del Gobierno que no les simpatiza, la semana pasada los enemigos de Honduras salieron a la calle y arrasaron con todo lo que encontraron a su paso, sin que les importara el daño que le hacen a la ciudadanía entera. Cuesta creer, porque es ilógico, porque es un contrasentido que por amor a Honduras se destruyan fuentes de trabajo, se impida la libre circulación, se haga apología del odio y se promuevan acciones fratricidas. Solo desde una mentalidad desequilibrada o enferma pueden proceder todas estas conductas violentas que tanto daño causan a Honduras.

    Los promotores de la anarquía, del desorden, de los ataques a la convivencia; los que se oponen al desarrollo solo pueden estar impulsados por una de las siguientes motivaciones: un grave padecimiento psíquico que les impide pensar con cordura y que se debería combatir con un tratamiento médico adecuado para que logren un equilibrio emocional que les permita ubicarse adecuadamente en la realidad y así puedan coexistir con los demás sin causales sufrimiento. Otra causa puede ser: un trastorno afectivo generado por frustraciones personales o humillaciones mal digeridas, para lo cual haría falta una terapia psicológica paralela a un proceso de sanación espiritual. O, de repente, se trata de un grupo de trasnochados que se quedaron en los 70 u 80 y que deliran por la guerra popular prolongada o por una lucha de clases hace tiempo superada y desacreditada.

    Pero independientemente de las taras que lleven a una persona a causar tanto daño al país que le da de comer, de tanto odio contra Honduras; esas mismas conductas antisociales nos pueden ayudar a ver con claridad algunas cosas. Primero, que hay personas y grupos con los que no podemos contar para construir la democracia, porque no creen en ella, porque no respetan las reglas del juego, porque, perversamente, van negociando puestos y manteniendo privilegios, porque quieren imponernos unas posturas políticas que la mayoría, la auténtica mayoría, rechazamos. Segundo, que la tolerancia debe tener unos límites y que la gente honrada no puede vivir indefensa a merced de la delincuencia y quedarse de brazos cruzados. Tercero, que a los criminales hay que tratarlos como criminales, que al Estado no debe temblarle la mano para aplicar la ley. Y, cuarto, que los hondureños hemos optado por vivir en paz. Cuatro o cinco delincuentes ponen fuego a un par de llantas, mientras miles los repudian. Esta es la verdadera correlación de fuerzas, no nos perdamos.