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Responsabilidad personal y colectiva

  • 11 diciembre 2018 /

    Los países miembros de la Opep han decidido reducir la producción del crudo para evitar que el precio continúe a la baja en el mercado internacional. No hay que olvidar que la economía de la mayoría de estas naciones depende en gran parte, o casi en su totalidad, de esta materia prima, y que incluso su estabilidad social se pone en riesgo cuando ven reducidos sus ingresos.

    El caso de Venezuela es tal vez el más crítico porque la situación dramática que vive su población, debido a la pésima gestión y a la escandalosa corrupción gubernamental, empeora cuando los ingresos por petróleo se reducen. Este pobre pueblo, además, ha visto deteriorarse, o desaparecer, la mayoría de las grandes empresas productoras de distintos bienes ante el acoso a que ha sido sometida la iniciativa privada, que no logra suplir satisfactoriamente el mercado nacional y no digamos exportar algo. Al lado de Venezuela, Nigeria es otra nación que sufre cuando el crudo está barato. De modo que, si no hay un giro de timón, dos mil diecinueve nos traerá combustibles de origen fósil más caros.

    Y, como se nos ha dicho hasta la saciedad, Honduras no produce petróleo. Todos los energéticos de este tipo, indispensables para generar electricidad o transportar bienes y personas, deben importarse. Una demanda cada vez mayor de carburantes debido también a un creciente parque vehicular nos obliga a importar, a traer desde fuera, más combustibles.

    Esa realidad se traduce en otra no muy halagüeña: las divisas que se consiguen con la venta de café, camarones, minerales, u otros productos, deben emplearse en el pago de la factura petrolera, aunque haya que sacrificar otras compras necesarias.

    En países con mayor desarrollo, y que cuentan con un sistema de transporte público más eficiente y seguro, los ciudadanos optan por sacar menos sus vehículos y usar medios colectivos. Implementan, incluso, otras medidas de ahorro de electricidad, con lo que no solo colaboran con el gasto público sino que se benefician al ver reducidas sus cuentas.

    En esas mismas naciones la gente camina más y los medios públicos tienen paradas fijas e innegociables. Y, en ese caso, también hay un beneficio para la salud física de la ciudadanía. Se trata de responsabilidad personal y colectiva, algo que también los hondureños debemos cultivar. Si cada uno, cada una, consume menos electricidad, camina un poco más, come más frutas y verduras y menos carne, aprovecha una salida para hacer varias gestiones, pide o da jalón a un colega, etc., podemos ahorrar unos dólares con los que se comprarían medicinas para los hospitales del Estado.

    Todo es concienciarnos y comenzar.