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Noche de paz

  • 23 diciembre 2017 /

    El día más esperado del año ha llegado. En el mundo entero, incluso en países que no son de raigambre cristiana, hombres y mujeres de todas las edades se felicitan por que ha llegado la Navidad.

    Hace alrededor de dos mil diecisiete años, a la pequeña comunidad judía de Belén , una pareja joven, ella en cinta, llegó a cumplir con la orden imperial de censarse. Y estando ahí, narra la Sagrada Escritura y lo confirma la historia, le tocó a ella el momento de dar a luz. El pueblo era un hervidero, posadas y corrales rebosaban de gente. Él, carpintero de oficio y de nombre José, descendiente, además, del rey David, recorrió las callejuelas en busca de un sitio digno para que naciera su hijo, sin lograr encontrarlo. Alguien les señaló una cueva que servía de establo ubicada en los alrededores, que, aunque incómoda, ofrecía cierta privacidad, y hacia ahí se dirigieron. Esa noche, un día como hoy, el muladar se trasformó en un cálido hogar y la paja de la que se alimentaba el ganado fue el colchón sobre el que reposó Jesús, el hijo de María, el Hijo de Dios. No obstante estaba comenzando el invierno, seguramente la noche no era tan fría puesto que cerca habían pastores apacentando sus rebaños; fueron ellos, después de María y de José, los primeros en enterarse del nacimiento del Niño. Dicen los evangelistas que una embajada de ángeles les reveló el lugar exacto en que se ha había realizado el prodigio y por eso se dirigieron diligentemente a la cueva, en donde encontraron a la Sagrada Familia.

    Cuando Mohr y Gruber componen el conocidísimo villancico “Noche de paz”, Mohr fue el sacerdote austríaco que escribió la letra, seguro estaban imaginando la calma que reinaría en aquel bendito lugar y, además, en las consecuencias que aquel nacimiento había tenido para la humanidad entera. La época en la que nació Nuestros Señor era la de mayor expansión del Imperio Romano y en la que se gozaba de estabilidad política y social. Claro, como en todo imperio, no dejaba de haber grupos y personas opuestos a su hegemonía, pero las fuerzas militares mantenían un efectivo control sobre las disidencias. Sin embargo, la misión del Mesías era universal y común a todos los tiempos. Dios conoce la naturaleza humana, sus guerras y conflictos, su dificultad para vivir en paz, y por eso envió a su hijo.

    Hoy más que nunca los hondureños deseamos que ese Dios Niño nazca en nuestros corazones para que nos dé la inteligencia y la voluntad necesarias no solo para pasar una noche de paz sino para buscarla y poseerla de manera permanente y definitiva.