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Inicio del fin

  • 19 marzo 2017 /

    La dimensión e importancia del traslado de centenares de reos a centros de reclusión de máxima seguridad como paso decisivo y evidente de un proceso serio y responsable en el sistema penitenciario nacional no debe opacar la alegría, la confianza y las expectativas de la población sampedrana que, pese a décadas y gobiernos, no decayó en su demanda de reubicar el centro penal, un día construido en un solar baldío sin población circundante, pero que la expansión urbana ha ido absorbiendo hasta pegar viviendas en la parte exterior del muro.

    Lo externo es innegable, pero lo trágico se vive internamente con una estructura obsoleta y una superpoblación que cuadriplica la cifra original para la que fue construido el presidio hace más de 60 años. El clamor por décadas ha sido insistente. En ocasiones tuvo eco muy pasajero, pese a que se llegó hasta el Congreso Nacional, pero todo quedó en una sesión más. La integración de un comité, la selección de un terreno y el inicio de las obras en un moderno reclusorio mantienen la esperanza de que, tras el primer paso efectivo dado por el gobierno del presidente Hernández, el presidio sampedrano comenzó a escribir y relatar su último capítulo que ojalá no sea largo y lo conozcamos pronto.

    Lo sucedido durante estos años y lo más conocido ha sido terrible, las tragedias dentro, la angustia en miles de hogares del sector, pero también la acción esperanzadora y solidaria de voluntarios, Pastoral Penitenciaria, que contracorriente y adversidad trataron de responder no solo a las necesidades materiales, sino al deterioro interno de las personas que sin el consejo oportuno y la acción eficaz se hubiese incrementado sin remedio por las condiciones inhumanas de la reclusión.

    La alegría en los pobladores y colonias adyacentes es evidente, pues los peligros ocasionados por la violencia interna y el uso de armas irán desapareciendo para tranquilidad en las casas y seguridad en las calles. Y es que no es para menos, pues hasta en los mismos muros se fueron extendiendo las ampliaciones de las ampliaciones en las estructuras, con amplia visión de cuanto sucede en las calles. Se inició el final de aquellos días en los que los motines alteraban el día a día de la población y las fugas obligaban a cerrar puertas y ventanas.

    Salvando los obstáculos, la granja penal de Naco es el desafío inmediato sobre el que el gobierno, el comité y los sampedranos han puesto toda su confianza para que, en un corto tiempo, el predio, aunque aún por generaciones sea conocido como presidio, se convierta en espacio abierto al deporte, la cultura y la recreación.