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Regreso a la rutina

  • 11 abril 2023 /

Luego de unos días de descanso, tenemos ante nosotros el ordinario panorama en el que nos dedicamos a trabajar para llevar el pan a la casa. Y, porque, sin duda, la hemos pasado bien, corremos el riesgo de pensar que la actividad laboral es una especie de fatalidad, de pesado yugo al que no tenemos más remedio que someternos enojosamente, amargamente. Podemos, equivocadamente, concluir que, como repite el negrito del Batey, el trabajo es un enemigo, que solo hay que dejárselo al buey, porque no es más que un “castigo” impuesto por Dios. Y nada más alejado de la realidad, porque, para empezar, dice la Biblia que Dios puso a Adán y a Eva en el jardín del Edén para que lo cuidaran, para que los trabajaran, y esto mucho antes de su desobediencia. Luego, el trabajo ha sido una actividad propia de los seres humanos, tanto así que, poniéndonos de nuevo un poco teológicos y citando la Sagrada Escritura, debemos recordar que, en el libro de Job, uno de los textos poéticos más hermosos que he leído en mi vida, se afirma que las personas hemos sido hechas para trabajar como las aves para volar.

De modo que, luego de la playa, la montaña, la finca, el pueblo natal, etc., no hemos hecho más que volver a aquello que nos mantiene ocupados el resto del año y en lo que debemos encontrar parte del sentido de nuestra existencia, algo no solo para ganarnos el sustento sino también para mejorar como seres humanos, para hacer nuestro aporte al desarrollo del país y para hacer felices a la gente con la que alternamos cotidianamente.

Además, la rutina no es mala, sino, más bien, facilita la vida. Tener un orden, establecer un horario, definir un calendario, nos brinda un marco existencial en el que podemos movernos con fluidez y sin incertidumbre. Igual, la actividad productiva a la que nos dediquemos sabrá darnos suficientes sorpresas, una buenas, otras no tan buenas, que nos mantendrán alertas y que no dejarán que nos aburramos para nada. Encima, en Honduras, es de agradecer contar con una fuente de ingresos estable que nos permita vivir con cierta serenidad. Hay muchos hondureños que no la tienen nada fácil, que la pasan muy mal o que han debido marcharse porque aquí no han logrado unas condiciones mínimas para llevar una existencia digna.

Así que, después de la Semana Santa, en lugar del gesto amargo que puede manifestarse en muchos rostros; en lugar de tener un lunes, o una semana de Pascua, con cara de apaleados, reconozcamos lo afortunados que somos si tenemos una oficina, un taller, una fábrica, etc. a la cual regresar.