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Procastinación

  • 16 julio 2023 /

Es una palabra extraña para identificar un mal hábito, más frecuente de lo que nos gusta reconocer: la pérdida de tiempo o la postergación de lo importante o valioso, por algo que podría ser irrelevante, pero quizás más cómodo.

La procastinación es un parte del día a día de las personas, también de las organizaciones y hasta de países enteros.

Es la lucha constante entre el deber y el querer, entre la responsabilidad y la satisfacción placentera, entre la ingenuidad sobre el valor del tiempo y una certeza que se alcanza con el correr de los años: no sabemos cuánto nos queda.

Luchar contra la procastinación debe ser una tarea constante, que nace justamente de ese reconocimiento personal de saber que solamente somos dueños del presente, que el pasado no existe más y el futuro es una quimera.

La pérdida de tiempo puede ser tan ingenua cuando se trata de jóvenes que sienten que tienen toda una vida por delante, porque precisamente la juventud viene acompañada con esa sensación de ser dueños absolutos del destino. Es el mismo tiempo la mejor cura.

Con el paso de los años, comprendemos que se trata de una verdad a medias, que somos co-partícipes de esa construcción imaginaria.

La procastinación que también puede ser grave, cuando se refleja en la postergación de soluciones a los grandes problemas que nos mantienen anclados en el subdesarrollo.

Cuando las decisiones constantes de los representantes del pueblo, en el hemiciclo legislativo, tienen que ver con el establecimiento de días conmemorativos y reconocimientos públicos, pero van quedando atrás las indispensables.

El juego de destinar el tiempo a repetir frases y discursos que justifican la lentitud y el bloqueo, que alientan el resentimiento, que insisten en mantener heridas abiertas, porque ver hacia atrás puede ser más cómodo que la tarea de pensarse a futuro.

Porque la población mayoritariamente joven no se da cuenta que la pérdida de tiempo es un asunto que se lamenta cuando la juventud se va esfumando, cuando nos percatamos que es más el tiempo vivido que el que nos queda por vivir.

Cuando nos damos cuenta de que, tristemente, no nos alcanzará la vida para ver cambios sustanciales en el país, que la postergación de lo esencial nos afecta mucho más de lo que admitimos. Entonces las acciones apremian, las soluciones urgen y el tiempo vale más que el oro: es la vida misma.

Cuando aprendamos que la procastinación individual y colectiva es una enemiga que no debemos admitir, entonces haremos más énfasis en la responsabilidad, en los plazos de cumplimiento, en la eficiencia.

Hagamos cambios, personales, organizacionales y colectivos. Si no dejamos el letargo, la inoperancia y la dejadez, poco habremos aprovechado el tiempo breve en el que estamos por aquí, todos de paso.

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