27/04/2024
06:30 PM

Nuestro himno, mi himno

Víctor Ramos

El Himno Nacional de Honduras es el acordado por el presidente Alberto Membreño, mediante Decreto No. 4, del 13 de noviembre de 1914, cuando el doctor Rómulo E. Durón fungía como ministro de Educación. La letra escogida es el poema A la bandera, de Augusto Constantino Coello, y la música es la escrita por el compositor Carlos Hartling.

Esa composición, cantada desde entonces como una de nuestra enseñas mayores, es la canción que nos ha unido en muchas veces pero que también nos ha separado en muchos otras más, porque se ha utilizado, durante los actos públicos del gobierno, para celebrar golpes de Estado u otros atropellos a la patria y a la dignidad de los hondureños, como igualmente se ha cantado por el pueblo, levantando al mismo tiempo la bandera de cinco estrellas y pálido azul, cuando ha protagonizado su lucha por la libertad, por la auténtica democracia y el respeto de las leyes.

Esas estrofas nos han hecho rodar por las mejillas muchas lágrimas cuando desde la lejanía de la patria hemos sentido la nostalgia del suelo patrio y de los hermanos o cuando rendimos culto merecido a los héroes, a los que nos heredaron esta patria, a quienes derramaron su sangre por la libertad, a quienes nunca se dejaron engañar por cantos de sirena que tratan de disfrazar las desigualdades que aún nos atormentan, doscientos años y más, después.

Ese que comienza con Tu bandera es un lampo de cielo, es nuestro himno, el de todos los que nos sentimos hondureños, porque algunos nacidos acá, como sentenciaba Gautama Fonseca, más parecen extranjeros en tierras guaymurenses. Es el himno que hincha nuestras venas de patriotismo y que acelera el pálpito de los corazones, el que nos hace sentir rabia por las atrocidades que se ha cometido en contra de nuestra patria a lo largo de la historia y que nos empuja a “deshacer entuertos”.

Muchas ocasiones tenemos en la historia en las que se ha pretendido cambiar el himno nacional. Don Rafael Coello Ramos, por ejemplo, quería un nuevo himno, uno escrito por él. Mi abuelo Camilo Rivera Guevara, filarmónico formado en la escuela de Manuel Adalid y Gamero, decía que el himno tenía algunos errores y, de alguna manera, coincidía con Coello Ramos en que era necesario el cambio. Amparado en esa amistad, mi abuelo le envió a Coello Ramos unas partituras para que opinara sobre ellas. La respuesta fue que las obras no servían y sugería tirarlas a la basura. Mi abuelo le envió otras nuevas partituras y obtuvo la misma respuesta. Entonces el abuelo le respondió: Estoy muy de acuerdo con su opinión sobre las primeras partituras que le envié. Esas son mías. Pero no coincido con su criterio sobre las segundas, porque esas son de Bethoveen. Ese fue el motivo del distanciamiento entre las dos figuras musicales hondureñas. Mi abuelo, entonces, se convirtió en un apasionado defensor del Himno Nacional, mediante artículos publicados en diario El Norte de San Pedro Sula. El himno no fue cambiado.

Falta, indudablemente, una ley que regule el uso de los símbolos patrios mayores: el himno, la bandera y el escudo nacionales. Pero mientras esa ley aparece, nuestra obligación es guardarles el respeto debido porque son la representación de nuestros valores cívicos, que no todos los concebimos de la misma manera: unos vemos en la patria un ara, un pedestal; mientras otros consideran a Honduras un tesoro listo para el saqueo.

Por eso, repito, el himno se ha utilizado en actos contrarios al deber patriótico como también en actos de relevancia de caer muertos en la defensa del honor de Honduras y su pueblo.

¿Será la solución cambiarlo si sentimos que esas palabras y esas notas musicales, sobre todo cuando las entonamos con fervor, representan la dignidad como hondureños? No. Pero sí creo es el momento para reclamar que se han ido imponiendo costumbres que no nos pertenecen: hacer que la orquesta y la banda ejecuten el himno y quedarnos con la boca callada como si no fuera nuestra obligación cantarlo con el fervor que manda el patriotismo, o esperar a que un solista lo cante, sin nuestro acompañamiento, como si se tratara de una simple canción de farándula. No olvidemos ese fervor que nos identifica como hondureños y que se acrecienta cuando cantamos nuestra canción nacional.

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