28/04/2024
12:48 AM

Nombre o destino

Elisa M. Pineda

Aterrizamos en Honduras. Llegamos al aeropuerto de San Pedro Sula con esa sensación agradable de volver a casa, a pesar de las dificultades que sabemos que existen en este país.

Esta vez nos recibió el cálido clima combinado con una fila interminable de personas nacionales y extranjeras documentando su ingreso al territorio. Ya he vivido situaciones similares en otras latitudes, eso tiene poco de extraño.

Lo difícil de asimilar era la desorganización. No había una fila diferenciada para nacionales y extranjeros, como sí suele haber en otros países, aunque al menos sí la había para adultos mayores y personas con discapacidad. La falta de coordinación, plasmada en la cantidad de personas tratando de poner orden en el mar de gente, así como en los rostros de preocupación y los llamados ante aquél enorme conjunto de personas, eso sí que era feo. Era casi una metáfora de lo que puede sentirse en la cotidianidad hondureña. Mucha gente queriendo hacer algo, aunque no sepa exactamente qué, aunque no comprenda que el desorden no es producto de la falta de atención, sino de una ausencia de planificación de líneas de espera.

Pero quizás aquí, como en muchos otros escenarios, no se trata de desinterés, tampoco del desconocimiento de herramientas tecnológicas ni de desatención del personal, sino un asunto mucho más profundo: damos escasa atención a la investigación y la planificación, para la toma de decisiones.

En los puntos de Migración del aeropuerto de San Pedro Sula la gente es realmente amable, el llenado de documentos de aduana se lleva a cabo en línea, a través de la lectura de un código QR, pero el paso por allí es tortuoso y en ciertos momentos del día, el personal se ve rebasado. Todos parecen saberlo y así lo asumen.

El asunto es que el primer contacto con el país es duro, la primera impresión es de desorden generalizado y probablemente no sea equivocada.

¿Qué nos sucede que no somos capaces de traducir el conocimiento de nuestra realidad y nuestras fortalezas en acciones concretas para dar un paso contundente hacia adelante?, ¿en qué letargo hemos caído que no vemos hacia nuestros vecinos para darnos cuenta de que ellos sí han comprendido la imperiosa necesidad de avanzar?

Nos hemos sumido en una serie de argumentos en pro y en contra, muy pocas veces equilibrados sobre casi cualquier tema, como si la defensa de posiciones inamovibles nos convirtiera en héroes.

Honduras tiene un sinnúmero de recursos turísticos, pero aún estamos lejos de aprovechar todo el potencial que tenemos para convertirlos en productos turísticos. Igual sucede en otras industrias. En esa reflexión estaba hoy, un par de días después de la experiencia de aterrizaje exabrupto a la realidad, cuando leí en redes sociales un mensaje del presidente de la Cámara de Comercio e Industrias de Cortés (CCIC), Eduardo Facussé, que refiriéndose a la situación de país señalaba: “(...) Debemos buscar soluciones y tapar los agujeros, pero las cegueras ideológicas solo hacen prevalecer señalamientos inútiles”.

Pero lo que más me llamó la atención fue la frase final: “Si persisten, Honduras no será nombre, sino destino”. ¿Hace cuánto nos encaminamos a dar el sentido más triste al nombre de nuestro país? Quizás más de lo que nos gusta reconocer. El asunto es ¿qué más tendrá que pasar para que por fin veamos soluciones a los problemas pequeños y enormes?; aquellos que solo nos incomodan y otros que verdaderamente nos mantienen en la profundidad del subdesarrollo.

Comencemos al menos por atender aquello que está al alcance. El orden puede ser un primer paso indispensable para planificar los siguientes. Hay que actuar ya.

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