26/04/2024
04:29 PM

El destino del pueblo salvadoreño

Rafael Virgilio Padilla

Lo que El Salvador está logrando, guiado de la mano de Nayib Bukele, no es nada más y nada menos que pasmoso. Dentro del sistema de elecciones democráticas que rige la política salvadoreña y la gran mayoría de los países de las Américas, la supermayoría que ha logrado el partido Nuevas Ideas es una anomalía tan grande que exige de los doctos de la política y la historia una explicación histórica-social.

Primero que todo, es evidente que las elecciones presidenciales y legislativas exigen un cambio de raíz en los sistemas económicos, sociales y políticos que han regido la nación desde la guerra civil, así como una desvinculación tajante de los sistemas de valores foráneos –por ejemplo, derechos humanos–. La exigencia de un El Salvador único, diferente de sus vecinos y con un pueblo asaz altivo, no obstante, no es nuevo. Esta nación con grandes hombres como José Matías Delgado, el vicario y segundo jefe político de San Salvador, quien fue el único delegado de las provincias que (apoyado por sus bases) se opuso a la integración de Centroamérica al imperio de Agustín de Iturbide. Delgado, un hombre fundamentalmente republicano, apoyó la Constitución de Cádiz de 1812 (para entonces muy progresista) y llegó hasta el punto de enviar una delegación a los Estados Unidos con el objetivo de incorporar a El Salvador a la república liberal americana en vez de al proyecto federal centroamericano, en ese tiempo carente de un Estado de derecho e igualdad robusta como el estadounidense. Bajo su mando, El Salvador fue invadido por criollos guatemaltecos en 1822 y Delgado marginado del poder para dar paso a la integración salvadoreña al primer imperio mexicano. 10 años después, Francisco Morazán invadiría San Salvador como presidente de la República Federal de Centroamérica, pues el localismo salvadoreño permaneció vivo e incitado por luchadores sociales como el náhuat Anastasio Aquino, quienes se oponían al regionalismo liderado desde Comayagua, León y Ciudad de Guatemala.

Hoy en día, vemos a los tátara-tataranietos de estos férreos independentistas salvadoreños en acción. ¿Derechos humanos, exclusivamente inventados, forjados y enforzados por Europa y Norteamérica? ¿Democracia, así como en Estados Unidos, donde un ente colegiado es el que elige al presidente? ¿Tratados internacionales, esos mismos que Israel no respeta en Gaza con el visto bueno de la Casa Blanca? ¿Qué responderían a estas preguntas el prócer Mariano Prado, el vicario José Delgado o el indígena Anastasio Aquino? ¿Estarían de acuerdo con la declaración que dio Bukele en su discurso de victoria? Rodeado por sus electores durante su discurso de victoria en el Palacio Nacional, Bukele dijo: “Un español me preguntó, Nayib ¿por qué quieren desmantelar la democracia? A lo que yo respondí, ¿pero de qué democracia me hablas? Democracia significa el poder del pueblo, y si el pueblo salvadoreño quiere esto, ¿por qué han de venir los españoles a decirnos lo que los salvadoreños tenemos que hacer?”.

Nayib Bukele tiene un argumento invencible de su lado, pues también reclamó: “¿De qué democracia habla? (Habla) de la democracia de sus jefes allá en España. Pero esa no es democracia, sino es elitismo y colonialismo”. A ese planteamiento lleno de veracidad yo solo añadiría: en España lo que hay es una monarquía corrupta, heredera del empecinado fascista Fernando VII de Borbón (quien restauro el absolutismo en 1814 en plena contradicción a la lucha republicana del vicario Delgado y la Constitución de Cádiz), ascendiente del rey Juan Carlos I, quien ahora es residente de Abu Dabi, gracias a las alegaciones de corrupción en su contra en Madrid.

Los 58 de 60 curules legislativos a nombre de Nuevas Ideas después de la última elección parece ser el resultado de casi 200 años de experiencias intervencionistas, resultando en un pueblo salvadoreño determinado a demandar políticas locales y autónomas de sus líderes. El partido Nuevas Ideas no solo tiene la posibilidad de desligar a El Salvador de su espeluznante historia reciente, pero podría abrirles el camino a sus vecinos de la región –Guatemala y Honduras– a través del efecto de derrame.

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