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De la abundancia del corazón...

  • 18 abril 2023 /

Parto de este texto, que todos conocemos, pero, obviamente, como no soy teólogo, no haré una reflexión teológica sobre él, porque, además, no creo que sea este el mejor lugar para hacerlo. Sin embargo, cuando logro detenerme a reflexionar sobre el clima de crispación que hoy se vive en distintos ámbitos sociales; sobre las cosas horribles, los insultos, las descalificaciones, las calumnias, incluso, que abundan en ciertas redes sociales, no puedo menos que concluir que, como siempre ha sido, lo que afirma la Sagrada Escritura, es cierto: lo que sale de la boca, o de la pluma, de la gente, no es más que una proyección, una clara expresión de lo que lleva por dentro. Y si lo que se lleva por dentro es serenidad, paz, optimismo, alegría, lo que, necesariamente, saldrá serán palabras amables, comprensivas, pacientes, cariñosas; pero si lo que habita por dentro a las personas es odio, amargura, malos sentimientos, basura afectiva, sin duda que eso es lo que vomitará a los cuatro vientos.

Y estoy cada vez más convencido; en sesenta años he visto y escuchado muchas cosas; que la manera en cómo enfrentamos la vida, la forma en como lidiamos con ella, tiene una relación directa, inevitable, con nuestro discurso, con nuestras reacciones ante los estímulos o las provocaciones externas. De ahí que tantos autores hayan ya dicho que uno no puede evitar que el ambiente o la gente lo agreda o lo maltrate, pero sí puede, en uso de la legítima liberta interior de la que todos gozamos, controlar las reacciones ante aquellas agresiones o maltratos. Dicho de otra manera: pueden tiranos un anzuelo, pero nosotros decidimos si lo picamos o no.

Cuando, ante un estímulo negativo, reaccionamos de mala manera, perdemos no solo el buen talante, sino que vamos marcando una ruta para futuras reacciones. Y, encima, acumulamos pequeñas dosis de amargura que luego salen a flote cuando menos esperamos o queremos, y ante personas que nada han tenido que ver con aquellas malas experiencias; entre ellas, la propia familia. Así pues, cuando acumulamos “malas vibras”, esta puede terminar afectando nuestra relación con la esposa, con los hijos, con los amigos o con los colegas, que son absolutamente ajenos a lo otro.

Dicho todo lo anterior, quiero hacer conciencia entre los que me leen, que es muy importante cultivar la serenidad interior, un equilibrio afectivo que nos ayude a mantener el aplomo que evita las reacciones fogosas o desproporcionadas, que acaban por destruir la paz propia y ajena. Al fin y al cabo, en esta vida, todo termina por convertirse en anécdota.