27/04/2024
12:50 AM

'Ciudadanos capaces de pensar”

Juan Ramón Martínez

La crisis del sistema educativo se acentuó con el crecimiento poblacional de los 60 del siglo pasado. Hizo crisis en 2020, porque la pandemia obligó al uso de la tecnología sin adecuarla a una realidad que había cambiado.

Los resultados son fatales: aumento de la desigualdad porque los pobres van a escuelas sin conectividad, sin luz eléctrica, computadoras, padres de familia poco familiarizados con la tecnología, profesores poco preparados y sin aplicaciones para las nuevas realidades. Los daños son inconmensurables. Y, poco considerados, porque el sistema político está basado en la utilización de la desigualdad y de los pobres para su propia sobrevivencia.
Sin embargo, las cosas pudieron y pueden ser diferentes.

Primero, porque antes de la pandemia ya existía un modelo para usar la tecnología --no para cubrir vacíos-- sino para lograr oportunidades y formar “ciudadanos capaces de pensar”. En 2019, Salman Khan, estadounidense de Nueva Orleans, recibió el premio Princesa de Asturias de Cooperación Internacional por su proyecto educativo contenido en su libro – totalmente desconocido en Honduras – “La escuela del mundo”. Lo más interesante de todo es que se anticipa a las necesidades de mantener operando el sistema educativo en tiempos de pandemia como la que sufrimos. Y en la que no hemos dado pie con bola todavía, pese a los esfuerzos del Ministerio de Educación. Y desarrolla una aplicación tecnológica en la que cambia el aula, modifica el papel del docente y, transforma al alumno, en la fuerza que decide la velocidad de sus conocimientos, dentro de un clima de cooperación –no competencia– con sus compañeros.

Lo que me suena mejor a mi espíritu de educador, cambia el sentido de los exámenes. Khan señala que estos “dan muy poca o ninguna información sobre el potencial de un alumno para aprender una determinada materia. Como mucho (los exámenes) son una foto fija de la posición que ocupa un estudiante en un momento determinado, pero apenas aclaran sobre la profundidad con la que ha asimilado los conocimientos, ni durante cuánto tiempo lo retendrán”. En mis tiempos –no sé si ahora ocurre lo mismo– estudiábamos para pasar los exámenes. Luego olvidábamos lo aprendido porque era inútil para nuestras vidas e interés.

El modelo que presenta Khan –al cual podemos invitar para que nos oriente y asesore– el alumno aprende lo que le interesa; examina cuánto ha aprendido y, descubre que no puede avanzar, sino aprende lo necesario para seguir adelante, haciendo del examen una parte de un proceso dinámico. Nosotros, según Khan, que seguimos usando los exámenes con actitud policial, “a lo sumo, logran etiquetar a los jóvenes, incluirlos en determinadas categorías y, a veces, limitar su futuro”.

En la escuela de periodismo, un “colega”, en la primera clase decía: “De todos solo pasara el 30%; el resto debe buscar que hacer”. Una joven afectada psicológicamente tuvo que someterse a tratamiento psiquiátrico para superar por la crisis provocada por el “profesor” destructor de futuros, que ahora retirado, vive de sus recuerdos.

Los profesores no son dueños de la escuela; ni del futuro de los alumnos egresados de las normales. No hacen de policías sistémicos. Son universitarios de diversas carreras que ayudan a resolver dificultades. Los profesores son eminencias en sus especialidades que desde miles de millas de distancia responden problemas y aconsejan a petición de los alumnos.

En Tegucigalpa hay una escuela así. La visité una vez y llevé a Canal 10 a un grupo de alumnos que competían a nivel internacional en robótica, obteniendo el primer premio. Hay soluciones. Solo hay que levantar la cabeza y ver el mundo o agacharse a pensar soluciones.