01/05/2024
12:26 AM

Asumir la conducta ética

Roger Martínez

Uno de los fenómenos más comunes que se da en la sociedad humana es la escisión entre las palabras y los hechos, entre el discurso y las obras. Hay personas que actúan así con cierta candidez, no lo hacen con premeditación, sino que se han acostumbrado a “hablar bonito y a comportarse feo”. Otras, sin embargo, lo hacen con maldad, por simulación, sabiendo que están mintiendo y que lo que buscan es engañar a sus interlocutores, hacerles creer que son dignos de confianza o que actúan con rectitud de intención sin que la haya. Aunque falte a la justicia con algunos de ellos, se cuentan en este grupo muchos de los que se dedican a la actividad política. Hay en este grupo, hombres y mujeres que hablan de honradez, de transparencia, de desprendimiento de los propios intereses, cuando en realidad oscuros intereses los motivan y no buscan más que el egoísta interés personal, la conservación de privilegios y el usufructo del poder y lo que eso implica.

Pero, en general, todo padecemos la tentación de proyectar la imagen de gente honrada, digna de confianza, de conducta diáfana; aunque, en las intenciones o en privado, bullan otras intenciones y no siempre haya coincidencia entre la palabra y la actuación.

Y es que hablar de ética, de moral, de valores, de virtudes humanas, suele causar muy buena impresión, luce, gusta. Pero, lo penoso es cuando no se asume la conducta ética en el día a día, en las relaciones familiares, en el trabajo, en la amistad, en la vida ciudadana. Porque esa ética “menuda” que se manifiesta en un trato amable en casa, en la puntualidad en el trabajo, en la realización de una labor profesional con intensidad y perfección humana, en saber acompañar a los amigos en las malas, a respetar las normas de tránsito, es la que define a la persona y la vuelve mejor.

Declaraciones solemnes de ética y moralidad; autoatribuciones de conducta ejemplar, sin que luego haya correspondencia con los hechos, no sirve para nada. Lo que vale es la lucha diaria por vivir aquellas virtudes humanas que nos conducen a la construcción de la integridad personal y que, luego, permiten una convivencia armónica en el hogar, en el taller, en la fábrica, en la oficina, en el aula, en las reuniones sociales.

Es curioso, la filosofía se ha ocupado de este tema durante más de dos mil años, y, hablando con franqueza, hemos avanzado poco. Tal vez porque todos somos amigos de teorizar y luego nos falta el valor para “aterrizar”.