22/04/2024
06:54 PM

Entendiendo al río

Acabo de publicar el libro Ser como un río que fluye (Editorial Agir), título inspirado en un poema de Manuel Bandeira. “Un río nunca pasa dos veces por el mismo sitio”, dice un filósofo. “La vida es como un río”, dice otro filósofo, y así acabamos llegando a la conclusión de que esta es la metáfora que más se aproxima al sentido de la vida. Por lo tanto, es bueno recordar siempre que:

A] Siempre estamos delante de la primera vez. Mientras nos movamos desde nuestra fuente (el nacimiento) hacia nuestro destino (la muerte), los paisajes serán siempre nuevos. Debemos enfrentar todas estas novedades con alegría y no con miedo – ya que es inútil temer lo que no se puede evitar. Un río no deja de correr jamás.

B] En un valle, andamos más lentamente. Cuando todo a nuestro alrededor es más fácil, las aguas se vuelven más tranquilas, somos más amplios, más generosos.

C] Nuestros márgenes siempre son fértiles. La vegetación solo nace donde existe el agua. Quien entra en contacto con nosotros, necesita entender que estamos allí para dar de beber a quien tiene sed.

D] Las piedras han de ser contornadas. Es evidente que el agua es más fuerte que el granito, pero para comprobarlo hace falta tiempo. De nada sirve dejarse dominar por obstáculos más fuertes, o tratar de chocar contra ellos: gastaremos nuestra energía para nada. Es mejor tratar de entender dónde se encuentra la salida y seguir adelante..

E] Las depresiones necesitan paciencia. De repente, el río entra en una especie de agujero y deja de correr con la alegría de antes. En estos momentos, la única manera de salir es contando con la ayuda del tiempo. Cuando llegue el momento adecuado, la depresión se llenará de agua y el río podrá seguir adelante. En el lugar donde había un agujero negro y sin vida, ahora existe un lago, que otros pueden contemplar con alegría.

F] Somos únicos. Nacemos en un lugar que nos estaba destinado, que nos mantendrá siempre lo bastante provistos de agua como para que, frente a obstáculos o depresiones, podamos tener la paciencia o la fuerza necesarias para seguir adelante. Nuestro curso comienza suave, frágil, de manera que hasta una simple hoja puede detenernos. Mientras tanto, como respetamos el misterio de la fuente que nos engendró y confiamos en su Eterna sabiduría, poco a poco vamos ganando todo lo que nos es necesario para recorrer nuestro camino.

F] Aunque seamos únicos, en breve seremos muchos. A medida que caminamos, las aguas de otras fuentes se aproximan, porque aquél es el mejor camino para seguir. Entonces ya no somos apenas uno, sino muchos y hay un momento en que nos sentimos perdidos. No obstante, como dice la Biblia, “todos los ríos corren hacia el mar”. Es imposible permanecer en nuestra soledad, por más romántica que esta nos parezca. Cuando aceptamos el inevitable encuentro con otros cursos de agua, acabamos entendiendo que eso nos hace mucho más fuertes, rodeamos los obstáculos y llenamos las depresiones en mucho menos tiempo y con mayor facilidad.

G] Somos un medio de transporte. De hojas, de barcos de ideas. Que nuestras aguas sean siempre generosas, que podamos llevar siempre adelante todas las cosas o personas que necesiten de nuestra ayuda.

H] Somos una fuente de inspiración. Por lo tanto dejemos a un poeta brasileño, Manuel Bandeira, las palabras finales:

“Ser como un río que fluye

Silencioso en medio de la noche

Sin miedo a la oscuridad.

Si hay estrellas en el cielo, reflejarlas.

Y si el cielo se llena de nubes

Como el río las nubes son aguas

Reflejarlas también sin tristeza

En las profundidades tranquilas.”

Tapando el sol con la mano

Un discípulo fue a ver al rabino Nahman de Braslaw:

–No voy a continuar con mis estudios de los textos sagrados – dijo –. Vivo en una pequeña casa con mis hermanos y mis padres, y nunca encuentro las condiciones ideales para concentrarme en lo que es importante.

Nahman apuntó al sol, y le pidió a su discípulo que levantase la mano frente a su rostro para interrumpir la visión del astro rey. El discípulo así lo hizo.

–Tu mano es pequeña, y sin embargo has conseguido ocultar totalmente la fuerza, la luz, y la majestad del inmenso sol. De la misma manera, los pequeños problemas consiguen darte la disculpa necesaria para no proseguir con tu búsqueda espiritual.

»Al igual que la mano tiene el poder de esconder el sol, la mediocridad tiene el poder de esconder la luz interior. No culpes a los demás por tu propia incompetencia.

De quién es la culpa

Una pareja salió de vacaciones. Al regresar, se encontraron con que la puerta había sido forzada: los ladrones se habían llevado todo.

El marido acusó a la mujer, diciéndole que no había echado los cerrojos. Ella afirmó por su parte que a él se le había olvidado cerrar la puerta con llave. Así dio inicio una prolongada discusión, hasta que los vecinos llamaron a un religioso para intentar serenar los ánimos.

–La culpa es de ella, que siempre ha sido muy descuidada – dijo el marido.

–Ni hablar. Él es el que tiene la culpa, que nunca pone atención en lo que hace – respondió la mujer.

–Un momento – dijo el religioso –. Nos pasamos la vida culpándonos los unos a los otros por cosas que no hemos hecho, y acabamos cargando un fardo que no nos pertenece. ¿Acaso no se os ha pasado por la cabeza que los ladrones son los verdaderos culpables del robo?

Dios y el amor del hombre

Un hombre se acercó al filósofo Ramanuja y le pidió: muéstreme el camino hacia Dios.

–¿Alguna vez te has enamorado de alguien?

–¿Enamorarme? ¿Qué es lo que el gran maestro quiere decir con eso? Yo me prometí a mí mismo que nunca me aproximaría a una mujer; huyo de ellas como quien intenta escapar de una enfermedad. Ni siquiera las miro: cuando pasan, cierro los ojos, para concentrarme mejor en mi búsqueda espiritual.

–Procura regresar mentalmente al pasado, e intenta descubrir si alguna vez, a lo largo de toda tu vida, hubo algún momento de pasión que dejase tu espíritu y tu cuerpo llenos de fuego.

–He venido hasta aquí para aprender a rezar, no los procedimientos para enamorarse de una mujer.

Ramanuja se quedó en silencio durante algunos minutos, y finalmente dijo:

–No puedo ayudarte. Si aún no has probado el amor, nunca conseguirás sentir la paz de una oración. Por tanto, regresa a tu ciudad, enamórate, y ven a buscarme de nuevo solo cuando tu alma esté colmada de momentos felices.