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Las historias de Murali

  • 29 agosto 2015 /

Tengo la costumbre de ojear los forums de debate sobre mis libros en Internet: a través del lector, el escritor obtiene una visión más clara de su trabajo. En uno de estos forums existe un indio llamado Murali que a cada momento coloca algunos textos muy interesantes en la red. Aquí van algunos:

La niña y la tempestad

La niña acostumbraba a ir caminando todos los días a la escuela. Una tarde de tempestad, en que los vientos soplaban cada vez con más fuerza y los rayos y truenos sacudían el vecindario, pasó su hora habitual de regresar a la casa sin que apareciera.

La madre, preocupada, telefoneó al colegio, adonde le informaron que la niña ya se había ido. Al ver que no llegaba se puso el impermeable y salió, imaginando que su hija debía de estar paralizada de miedo, escondida quizá en la casa de algún vecino, llorando y esperando que la tempestad pasara. Para su tranquilidad, en cuanto dobló la esquina vio a la niña que caminaba lentamente en dirección a la casa; pero paraba cada vez que caía un rayo miraba hacia el cielo y sonreía.

La madre llegó corriendo, colocó a la niña bajo su capa y le preguntó por qué se había demorado tanto. - ¿Es que no ves los flashes? – dijo ella – ¡Dios me está sacando fotos!

Otra niña y otra tempestad

Una chica (mayor que la de la primera historia) iba hacia la casa de su abuela, situada en lo alto de una montaña. Llovía a cántaros, el viento soplaba y los truenos retumbaban a cada momento. Cuando ya estaba casi llegando a su destino sintió que algo rozaba sus pies. Y al mirar hacia abajo vio que era una serpiente.

- Me estoy casi muriendo – dijo la serpiente. – Hace mucho frío, no hay comida en esta montaña, por favor, ¡protégeme! Cobíjame bajo tu abrigo, salva mi vida y seré tu mejor amiga. A pesar de la tempestad, la chica se detuvo y comenzó a reflexionar. Miró la piel dorada y verde de la serpiente, y se dijo a sí misma que jamás había visto nada tan hermoso. Pensó en cómo provocaría la envidia de sus amigos de clase al aparecer con una serpiente que la defendería de todo. Y finalmente dijo: “Está bien. Te salvaré porque todos los seres vivos merecen cariño”.

La serpiente se hizo amiga de la niña, le sirvió para asustar a las personas agresivas del colegio, y le hizo compañía en los días solitarios. Hasta que una noche, cuando estaba haciendo sus deberes en la casa, sintió un dolor agudo en el pie derecho. Al mirar hacia abajo vio que la serpiente la había mordido.

- ¡Tú eres venenosa ¡– gritó. - ¡Me moriré enseguida! La serpiente no dijo nada. ¿Cómo me haces esto, si yo salvé tu vida?

- Aquel día, cuando tú te inclinaste para salvarme sabías que yo era una serpiente, ¿o no? Y, lentamente, se alejó.