25/04/2024
06:19 PM

Islas de la Bahía y La Mosquitia

Juan Ramón Martínez

El territorio hondureño ha sido delimitado en el curso de los años. Formalmente hemos tenido éxito. En 1859, Inglaterra devolvió las Islas de la Bahía y La Mosquitia. En 1960, con la ratificación del Laudo de Alfonso XIII, definimos límites con Nicaragua, aunque no hemos conquistado el corazón de los habitantes de una zona, en donde hay intenciones de crear una república misquita. Animados por los narcotraficantes y por los errores de los funcionarios del interior acreditados allá.

En la década de los 70, Estados Unidos devolvió las Islas del Cisne.

Hay un apostadero naval y pescadores que no tienen mayor compromiso con la idea de la nación hondureña. En 1992 recuperamos territorio nacional ocupado por los salvadoreños, aunque todavía está pendiente su entrega a los municipios respectivos, especialmente en el caso de Nahuaterique, donde El Salvador sigue dando servicios a los habitantes, mejores que los del Gobierno hondureño.

En vez de aplicar el ius soli, reconociendo que son hondureños, porque esos territorios siempre han pertenecido a Honduras, les mezquinamos una nacionalidad que no es más atractiva que la salvadoreña. No entendemos que necesitamos ganarnos el cariño de los otros, dándoles participación y ofreciéndoles los mejores servicios.

Pero la joya de la corona hondureña son las Islas de la Bahía. Pese a su valor no las privilegiamos con servicios diferenciados, con políticas exclusivas que hagan sentir a sus ciudadanos –especialmente a los extranjeros que se han ido estableciendo allí en los últimos años– que son hondureños. Y que no pueden ser otra cosa.

Trabajando en vencer las diferencias internas que los dividen por motivos raciales y lingüísticos, no son pocos los que murmuran en contra de Honduras y que, 162 años después, algunos siguen soñando con Inglaterra y ahora con Canadá. Fuera de la realidad y en un contexto en que tal cosa pueden intentarla, pero será imposible porque es inaceptable para Honduras y los hondureños.

Guardo especial cariño por las Islas de la Bahía. Solo he estado una vez allí participando en Coxen Hole en una asamblea general de una cooperativa miembro de Facach, cuando era el presidente de esta última. Pronto la visitaré para hablar con sus líderes y reflexionar sobre sus visiones de la realidad y su voluntad de seguir siendo nuestros hermanos. Sin que los “indios” les apodemos “caracolas” a sus bellas mujeres y que los turoperadores europeos las presenten como si no fueran parte de Honduras, especialmente en España, como lo hacen con las Ruinas de Copán.

Una gran amiga de mi hermana Ada Argentina es Denia Jones, quien nos visita y queremos mucho. Hace años soy amigo de Emilio Silvestri, exministro de Turismo. Siempre me invita que vaya a visitarles.

En mi adolescencia conocí a una mujer de un primo que la llevó a vivir durante varios meses en casa del abuelo común. Se llamaba Katy, que admiré por sus esfuerzos por evitar el fuerte acento con que hablaba el español y las dificultades para encontrar las palabras para comunicarse.

Desde entonces creo que es poco lo que se ha hecho. No hay una universidad allí ni un programa destinado a desarrollar el español y competir con el inglés, que nos está ganando la partida, con los riesgos que ello supone.

La Mosquitia es más complicada. Su extensión, la falta de una política de poblamiento y la acción de los narcotraficantes hace urgente una táctica cultural especial. Cuando en 1898 Estados Unidos conquistó Filipinas, el segundo barco que llegó iba cargado de maestros para enseñar inglés e integrar a la cultura local los valores estadounidenses.