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Viaje al pasado

  • 22 noviembre 2020 /

Elisa Pineda

Hemos pasado nuevamente por momentos dolorosos para Honduras, con el paso de dos huracanes en un mismo mes, que han significado la pérdida de vidas, viviendas, infraestructura, empresas y cultivos. El paso de los huracanes Eta y Iota han traído duelo a este pequeño país, pero grande en la solidaridad de su pueblo.

Es imposible no pensar en el escenario posterior al huracán Mitch, hace 22 años, cuando nos encontrábamos ante un país devastado, que debíamos reconstruir.

Pero a diferencia de aquel entonces, cuando la vida política estaba marcada por la nueva agenda planteada por el entonces presidente Carlos Roberto Flores, quien estaba en el primer año de su administración, hoy nos encontramos en un panorama complejo, marcado por la debilidad institucional, antes de un año electoral que desde ya se avizora difícil.

En primer lugar, es evidente el desgaste de la actual administración luego de siete años en el poder, en los que ha tenido que lidiar con una reelección que siempre será objeto de controversia, no solamente por estar prohibida por la Constitución de la República, sino por el proceso electoral oscuro, que contribuyó a debilitar aún más a las instituciones, como a las reglas a las que nos debemos sujetar.

A partir de allí, toda acción gubernamental se encuentra con la crítica mordaz, profundizada por la continua subjetividad para elegir a hombres y mujeres idóneos para optar a cargos de gran responsabilidad, así como la falta de transparencia en casos visibles, como la compra de hospitales móviles para la atención de la población ante la pandemia por covid-19. Hay una crisis de credibilidad.

Quizá no sea justo decir que los dos huracanes han significado un viaje al pasado, porque ahora la situación es otra: la población afectada probablemente sea mayor –considerando que han pasado 22 años- además, porque la gente está cansada ante la falta de sensibilidad, respeto y empatía hacia su realidad y, por lo tanto, menos dispuesta a tolerar.

Nos encontramos en un momento bisagra, que marcará un antes y un después de la historia que estamos construyendo día a día porque los daños van más allá de lo tangible. Las grietas de nuestra democracia tan vulnerable también se han agravado, con el peligro de provocar un terremoto que nos lleve a la conmoción social.

No, no hemos vuelto al pasado. Estamos en un lugar aún peor, porque no solamente habrá que recuperar las inversiones económicas, sino también los sueños, los ideales y la cohesión social que se nos va entre las manos.

En momentos como este, las desigualdades sociales que ya había marcado con fuerza la pandemia, solamente se han profundizado más. El cansancio y el hastío se han convertido en nuestra compañía, que de vez en cuando encuentran una vía de escape en los comentarios sarcásticos en las redes sociales digitales, que cada vez se vuelven más densas.

Pero aún queda viva la esperanza, que se encuentra en la solidaridad de la gente, especialmente de la población joven que se ha volcado a ayudar, así como las organizaciones de la sociedad civil y la empresa privada que han demostrado su capacidad de articulación de acciones a favor de la gente.

Hay que asirnos fuertemente a nosotros mismos, como nación, para salir a flote y no solamente reconstruir, sino recuperar el país, porque nuestra patria se merece lo mejor de sus hijos.

Tenemos derecho a nuestro período de duelo, a sobrellevar la pérdida, pero al mismo tiempo tenemos la obligación de sacar a nuestro país adelante. Es una deuda con las presentes y futuras generaciones que debemos honrar.

Nos une el esfuerzo y el valor de nuestros antepasados que decidieron crecer aquí; nos debe impulsar el anhelo de un futuro compartido y próspero para todos.