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Mensajes confusos

  • 08 noviembre 2020 /

Elisa Pineda

Imposible no estremecerse ante lo sucedido en Honduras con el huracán y después tormenta tropical Eta. El dolor, la destrucción y la muerte nos devolvieron al escenario de 1998 con el huracán Mitch y, probablemente para muchos, al de 1974 con el huracán Fifí.

Como casi siempre sucede en Honduras, también ha salido a flote la enorme solidaridad del pueblo, que ha volcado sus esfuerzos y recursos a ayudar al prójimo, a pesar de vivir una situación que ya era compleja por la pandemia del covid-19.

Muchos han señalado la falta de agilidad y eficiencia de la Comisión Permanente de

Contingencias (Copeco) tanto en la emisión de alertas tempranas como en la preparación de las condiciones necesarias para hacer frente a la advertencia de catástrofe, que ya hacían expertos en el extranjero.

No se trata de buscar culpables con la finalidad de sembrar más discordia en un pueblo cansado de las injusticias y de la corrupción; sin embargo, es necesario dar un vistazo a aquellas situaciones que pudieron influir en la terrible situación que viven miles de compatriotas.

La primera: inadecuada priorización de temas de la agenda nacional. Mientras en Nicaragua las autoridades hacían la activación temprana de las alertas para la población, en Honduras el tema central de la discusión era el feriado Morazánico.

El feriado ya provocaba malestar entre muchos sectores, que lo consideraban un acto imprudente ante el covid-19.

Subestimar las advertencias internacionales sobre Eta fue un grave error, pues eso contribuyó a disminuir la percepción de peligro inminente por parte de las autoridades municipales y de la población.

Los mensajes deben ser acompañados por la acción responsable. Si no hay congruencia entre ambos, el resultado es la confusión, tal y como sucedió.

No hay una cultura de prevención de riesgos, pero no se puede culpar a la población de su propia desgracia, sino analizar aquello que se dejó de hacer para educar oportunamente y articular esfuerzos con las municipalidades.

La segunda: voces múltiples, resultados confusos. En las cadenas de radio y televisión era posible escuchar a tres voceros cuyos mensajes eran inconexos y no parecían tener un objetivo claro.

La voz del especialista se mezclaba con la voz del político y la presencia de la inexperiencia que cobró factura, convirtiendo aquello en un mensaje confuso para la población.

La tercera: la información es valiosa cuando es oportuna. El mundo digital permite conocer con asombrosa inmediatez lo que sucede en otras partes, para quienes saben obtener información válida. Muchos periodistas desde el fin de semana anterior a la tragedia hicieron la advertencia en redes sociales y fueron obviadas, porque el asunto de fondo era el feriado.

El precio de los errores ha sido demasiado alto. Hemos hecho un retroceso muy grande en el desarrollo del país: se perdieron vidas, viviendas, empresas, cultivos, puentes, carreteras.

Todo nos toma en un momento crítico: la situación económica ya era precaria, no solo por la pandemia, sino por la corrupción.

No se trata de sembrar odio, pues no se puede reconstruir un país de esa manera; pero sí es indispensable reflexionar y generar conciencia.
Tenemos mucho por hacer.