26/04/2024
11:21 AM

Cosas que echo de menos…

Roger Martínez

En la medida en que la cuarentena se ha ido extendiendo, los hondureños hemos entrado en una especie de sube y baja emocional. Como diría don Mario Benedetti, hay días en los que nos levantamos como una colina florida, con la esperanza de que esto va a terminar y de que pronto vamos a poder ver y abrazar en directo a la gente que queremos, y días en los que nos sentimos como un profundo valle, sombríos y oscuros, con la incertidumbre a flor de piel.

Sobre todo en esos últimos días hacemos recuento de todas aquellas cosas que antes de este parón obligatorio nos parecían tan ordinarias, tan parte de la rutina, que apenas y las valorábamos y que ahora echamos de menos.

Mi esposa y yo, para el caso, extrañamos muchísimo nuestras salidas de fin de semana a esos pueblos encantadores que rodean Tegucigalpa: Ojojona, Santa Lucía y Valle de Ángeles… Y no es para menos. Nos darán la razón aquellos que han contemplado una puesta de sol desde el mirador que está frente a la iglesia de Santa Lucía o se han sentado a tomar café en uno de los tantos lugares que hay para eso en Ojojona y Valle de Ángeles, o ha estado, junto con la familia, alrededor de un anafre de frijoles, quesillo u chorizo, acompañado de alguna bebida espirituosa. O, sin salir de Tegucigalpa, ir, al final de la tarde, a uno de los tantos cafés que hay ahora en la ciudad, para estar juntos un rato y hacer recuento de las peripecias diarias, mientras nutrimos nuestra relación conyugal.

También, no voy a negarlo, aunque no me considero un consumista típico, echo de menos poder caminar en los centros comerciales. La mamá de una buena amiga decía que los “malls” son el equivalente a los parques de antes: caminamos, tomamos o comemos algo, socializamos y nos distraemos un poco. Me gusta ir y venir, subir y bajar, vitrinear un poco y, si hace falta, comprar algo que necesito.

Y, por supuesto, no me canso de repetirlo: echo muchísimo de menos a mis amigos. Lo digo una vez más: no tengo vocación de eremita, no me gusta el aislamiento, nací para estar en medio del bullicio de la gente y disfruto mucho hablar, y no por videollamada, con aquellas personas con las que tenemos ideas o preocupaciones en común o con las que me siento unido por un afecto diáfano y sincero.

Hay más cosas que echo de menos, pero por hoy es suficiente.