26/04/2024
12:56 AM

'Delincuentes” y enfermos

Juan Ramón Martínez

Hicimos las cosas mal. La enfermedad la llamamos guerra. Nos convertimos en enemigos y los únicos “guerreros” eran médicos, enfermeras y camilleros. Nos vimos como un peligro mutuo. En nombre del distanciamiento sanitario – establecido arbitrariamente– rompimos la solidaridad. Y al mantenernos en casa, sin tener que hacer, nos volvimos histéricos queriendo mordernos, los unos a los otros.

El amor al prójimo se fue al carajo. Y la misericordia dejó de formar parte de la vida de los cristianos. Imponiéndose, el sálvese quien pueda. Y no son pocos los que han denunciado a otros de ser un peligro porque están contaminados, para quitarles el poco trabajo que les queda a los vigilantes. Y se abandonó la confianza en Dios, porque los predicadores empezaron a disputar por el poder, en vez de resaltar el sentido de la resurrección.

De Olanchito me mandaron una fotografía. Una casa humilde; de adobe, sin repellar. Las puertas cerradas. Adentro una persona, supuestamente contagiada. Y alrededor de la entrada de la casa, una cinta amarilla, puesto por algún irresponsable, de las que usa solo la Policía para demostrar que allí era una “escena del crimen”. Y que quien estaba allí, adentro, era un peligro que nadie debía ver siquiera. Frente a la ingrata cinta amarilla, una humilde samaritana. Parada, de frente a los policías, pidiendo permiso para que la dejaran pasar. En el suelo, un “atado”, envuelto en un mantel donde imagino, iba un poco de comida para la familia convertida en “criminal”.

La fotografía –enviada por dos coterráneos cuyos nombres me reservo para evitar que los conviertan en cómplices– me disgustó mucho. Me di cuenta de su peligrosidad y la razón por la cual solo los tontos se hacen pruebas. Si salen positivas, les convierten en “criminales”, sembrados en el centro de la escena del crimen. Impresionado por el rechazo y la criminalización y entendiendo el daño que puede tener este comportamiento en la lucha en contra de la pandemia, se las envié al ministro de Seguridad, general Pacheco, y a Rommel Martínez, director de la DPI, para que hicieran algo. Eran más de las 11 de la noche. Los dos me respondieron en la mañana siguiente censurando el acto. Por lo que creo que la cinta amarilla ya no criminaliza a un ser humano enfermo.

La vida fuera de Tegucigalpa es diferente. Allá la compasión cristiana debe ser más activa que la pasividad corderil que vemos en sacerdotes y pastores que han olvidado a San Agustín, que privilegiaba la preeminencia del amor. Por lo anterior, el cura párroco, los pastores evangélicos –no incluyo al “apóstol” Santiago, que no es lo uno ni lo otro– deben buscar la forma de crear salas, con lo básico, para mantener en condiciones dignas a estas personas contagiadas.

Que además de hermanos –todos somos hijos de Dios– no son criminales, sino que adolecen de una enfermedad que debe ser atendida. Y por mientras llegan los doctores, quitarles el estigma de delincuentes que les ha atribuido la policía irresponsablemente.