Observando los indicadores de organismos internacionales podemos verificar que nuestras naciones siguen estando en la cola de la lista de los países con mayores índices de desarrollo humano. Desde luego que hay múltiples factores que inciden para que ello siga siendo una asignatura pendiente de nuestras sociedades.
Quizá, la génesis del cual se desprenden la mayoría de nuestras dificultades es la corrupción, que como amo feudal se ha entronizado en los Estados y Gobiernos del continente. Es lamentable conocer que la percepción de corrupción estatal por estas tierras es altísima y que el statu quo no permite mayores cambios en dicho renglón.
Esta oprobiosa corrupción resulta en hondas cavernas de desigualdad social donde unos pocos tienen mucho y la mayoría no tienen ningún tipo de seguridad alimentaria y social para suplir las necesidades más elementales.
Desde la Patagonia hasta Río Grande, los Gobiernos tanto de derecha como de izquierda han fracasado con políticas económicas retrógradas que invierten en lo superficial y efímero y no en lo trascendental para que este siglo, que ya avanza, sea el escenario para un verdadero desarrollo a nuestros países.
Es menester que se forje una nueva generación de políticos decentes, honestos e íntegros para gobernar con manos limpias lo que pertenece a la gente, que suenen los cantos de libertad para un pueblo que aún no ha roto sus cadenas y que el mañana sea promisorio para los hijos de Sucre, Bolívar, Morazán y tantos otros que ofrendaron sus vidas por este continente.
