26/04/2024
12:56 AM

El mayor tesoro

De esta manera se describían las luchas de poder y la violencia fratricida que ha caracterizado a nuestro subcontinente.

Jibsam Melgares

Al cumplirse 400 años del descubrimiento de América (por parte de los europeos), Rubén Darío en su poema A Colón presenta una especie de resumen histórico de lo que había sido la realidad de los pueblos latinoamericanos desde aquel distante 1492. Con fuerte tono, Darío dice en algunos de sus versos: “¡Desgraciado Almirante! Tu pobre América, tu india virgen y hermosa de sangre cálida, la perla de tus sueños, es una histérica de convulsivos nervios y frente pálida… Desdeñando a los reyes, nos dimos leyes al son de los cañones y los clarines, y hoy al favor siniestro de negros reyes, fraternizan los Judas con los Caínes… Cristo va por las calles flaco y enclenque, Barrabás tiene esclavos y charreteras, y las tierras de Chibcha, Cuzco y Palenque, han visto engalonadas a las panteras”.

De esta manera se describían las luchas de poder y la violencia fratricida que ha caracterizado a nuestro subcontinente. Y como bien analizara Samuel Escobar, “dentro de ese cuadro de decadencia y decepción la figura de Cristo… no era otra cosa que un mendigo flaco y enclenque que inspiraba lástima: un pobre Cristo”. La figura que debió haber traído luz en tinieblas se había convertido en una víctima impotente del sistema o cuando más en un instrumento de dominación.

Cuánto bien hubieran traído aquellos conquistadores españoles si hubieran tenido claro que, en palabras de los obispos del V Celam (Aparecida, Brasil, 2007), el mayor tesoro que cualquier cristiano puede ofrecer es un encuentro con Jesucristo resucitado, Señor y Salvador. Si hay algo más evidente en estos 527 años de historia es que cuando nos olvidamos de Jesús, lo hacemos a un lado, lo escondemos en ritualismos o usamos como excusa para sacar provecho, siempre aflora lo peor del ser humano. Si queremos cortar de nuestro pasado y establecer un nuevo hito debemos volvernos a Cristo con corazón humilde y dejar que él sea nuestro guía, nuestro mayor tesoro.