De esta manera se describían las luchas de poder y la violencia fratricida que ha caracterizado a nuestro subcontinente. Y como bien analizara Samuel Escobar, “dentro de ese cuadro de decadencia y decepción la figura de Cristo… no era otra cosa que un mendigo flaco y enclenque que inspiraba lástima: un pobre Cristo”. La figura que debió haber traído luz en tinieblas se había convertido en una víctima impotente del sistema o cuando más en un instrumento de dominación.
Cuánto bien hubieran traído aquellos conquistadores españoles si hubieran tenido claro que, en palabras de los obispos del V Celam (Aparecida, Brasil, 2007), el mayor tesoro que cualquier cristiano puede ofrecer es un encuentro con Jesucristo resucitado, Señor y Salvador. Si hay algo más evidente en estos 527 años de historia es que cuando nos olvidamos de Jesús, lo hacemos a un lado, lo escondemos en ritualismos o usamos como excusa para sacar provecho, siempre aflora lo peor del ser humano. Si queremos cortar de nuestro pasado y establecer un nuevo hito debemos volvernos a Cristo con corazón humilde y dejar que él sea nuestro guía, nuestro mayor tesoro.