Y las cuatro últimas estrofas dedicadas a la mamá (o a una mamá figurada) dicen: “Adiós, mamá, ya me voy, muchos años esperé que me dieras un beso, un abrazo. Adiós, mamá, cuídate, espero que ese hombre te haga feliz, ya que tú lo prefieres. Ya me voy con mis amigos, no me preguntes de ellos ni a qué hora regreso. Te diría qué es lo que quiero, pero adentro me rebelo y grito en silencio”.
Este cuadro triste es, bajo mi punto de vista, lo que muchos hijos viven en la actualidad: la ausencia de los padres. Una ausencia “en persona” —como lo deja entrever la canción— que hace de la tristeza una tragedia. Ser papá, ser mamá es, entre otras cosas, una responsabilidad. Una obligación, dice el diccionario, a responder de algo o por alguien y a poner cuidado y atención en lo que se hace y en lo que se decide.
Asimismo, implica sacrificio, tesón, voluntad y entrega; pero ante todo es un trato familiar, una relación de verdadero amor entre unas personas con otras.
De ahí que el consejo sea no esperemos hasta que se nos diga “quiero que me quieras, que me abraces, que me mires, que me pongas atención” para darnos cuenta de que esto es lo ciertamente fundamental e importante.
Dar la vida, escribió el novelista canadiense Denis Lord, eso es demasiado fácil, un padre es el que da el amor.