26/04/2024
04:25 PM

Saber trascender

Hay gente a la que no le gusta pensar en estas cosas, gente que a lo mejor cree se quedará para semilla o como ejemplar de exhibición o pieza de museo.

Roger Martínez

La muerte es una realidad insoslayable. No sabemos cuándo, dónde ni de qué manera haremos nuestro tránsito, pero de que llegará podemos estar más que seguros. Hay gente a la que no le gusta pensar en estas cosas, gente que a lo mejor cree se quedará para semilla o como ejemplar de exhibición o pieza de museo. Pero, nos guste o no, con serenidad o con rabia, según como hayamos vivido, expiraremos; luego, algunos derramarán unas lágrimas por nosotros, otros intentarán hacer un balance de nuestra existencia, no faltará quien diga algo bueno ni quien piense que el mundo será mejor sin individuos como nosotros y le dará gracia a Dios por habernos puesto fecha de caducidad.

Por lo mismo, mientras estemos vivos, y medianamente cuerdos, es importante que reflexionemos sobre la huella que dejaremos en la gente con la que convivimos y sobre los recuerdos que dejaremos en la memoria de hijos, colegas y amigos. Y aunque ningún libro de historia nos mencione ni formemos parte de un selecto elenco de personajes célebres, todos bien muertos, eso sí, debemos plantearnos, repito, que nuestro paso por este mundo haya valido la pena y que podamos trascender aunque nos hayamos ido.

Para evitar que la persona que se atreva a pronunciar un discurso fúnebre, si es que la hubiera, no tenga que mentir, debemos proponernos ser hombres y mujeres a honrados, gente que lucha por ganarse la confianza y, si es posible, el cariño de los demás, debido a su trato cordial y respetuoso, presto para servir a los demás, de natural sereno y amable. Los individuos de personalidad cerril son una especie de dolor de muelas que se hace presente inoportunamente y que no queda más remedio que soportar; la mayoría los evitan y los que no tienen más remedio que interactuar con ellos hacen lo posible para que sus encuentros sean breves y distantes. Alguien dijo por ahí que antes de fallecer habría que sembrar un árbol, tener un hijo y escribir un libro.

Pienso que un solo árbol no basta, y menos en un país en el que no paran de cortarlos o de convertirlos en ceniza, si el gorgojo no los ha destruido por dentro; lo del hijo si no se entiende en sentido físico, biológico, de manera universal, también tiene sentido. Conviene tener uno a más hijos si luego se les dedica tiempo y se les transmite valores; y también hay que recordar que hay hombres y mujeres que ejercen algún tipo de paternidad o maternidad intelectual o espiritual sobre otros y cuya buena influencia puede llegar a superar a la de los progenitores de los que heredan el ADN. Lo del libro, hoy por hoy, creo que con un par de cartillas bien escritas basta, porque hay mucha basura impresa, o en digital, por ahí y es mejor escribir poco y bien que abundar en tonterías. ¿Les parece?