03/05/2024
10:22 PM

Tiempos y espacios compartidos

“Con generosidad, los padres debemos olvidarnos de nosotros y entregarnos a los hijos”.

Roger Martínez

Una de las dificultades que la transmisión de valores enfrenta en nuestros días es la falta de tiempo y espacios compartidos que padece el núcleo familiar. Con la prolongación de los horarios laborales y el pluriempleo, los padres cada vez pasamos menos tiempo en casa y, por lo tanto, menos tiempo con los hijos. Esa situación real ha provocado que, cuando padres e hijos coinciden, la conversación, si la hay, gira alrededor de generalidades o, lo que es peor, se centra en pedir cuentas o en corregir conductas indeseables.

Hoy por hoy, a lo largo de la semana resulta casi imposible compartir la mesa. Los desayunos suelen ser muy atropellados y breves, se almuerza en la oficina, la fábrica, el negocio o la escuela, y no tantas familias cenan juntas, y este representa un serio obstáculo para la transmisión de valores. Es alrededor de la mesa que se comparten algunos de los momentos más memorables de la vida familiar y en la que, con cariño y sin agobio, se nos van dando indicaciones básicas de urbanidad, como cuando se nos dice que no hablemos con la boca llena o nos sirvamos solo lo que nos vamos a comer, o no pongamos los codos sobre la mesa. Se ha dicho, incluso, que la mesa es una suerte de altar familiar y que, por lo mismo, debe considerarse su sacralidad y evitar que sea el lugar en el que se toquen temas que generen disputas o en el que se hable mal de otras personas.

Luego es claro que el poco tiempo que se pase en casa debe aprovecharse al máximo e inteligentemente, pues puede darse el caso en el que el papá esté dentro del área geográfica del hogar, pero tremendamente distante: encerrado en el cuarto, conectado a alguna de las múltiples pantallas o de un humor que imposibilita la comunión con los demás. También puede estar físicamente presente la mamá, pero dedicarse a incordiar a la prole o a contradecir al marido, de modo que más le valdría ausentarse para que hubiera en casa un poco de paz.

Dentro de pocos días, incluso más que durante las fiestas de Navidad, tendremos la oportunidad de compartir tiempos y espacios con los hijos, tres o cuatro días, que debemos organizar para que se conviertan en días de oro para cultivar el cariño, la cercanía y la confianza que se dificulta el resto del año. Con generosidad, los padres debemos olvidarnos de nosotros mismos y entregarnos a los que más nos necesitan: nuestros hijos.