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El precio de ser originales

  • 26 febrero 2017 /

“A Dios no le gustan las falsificaciones ni las copias”.

En estos días que recién han transcurrido me he visto rodeada de situaciones que me han llevado a una profunda reflexión, la cual quiero compartir con ustedes, queridos lectores.

En la imprenta que administramos en nuestra ciudad necesitábamos imprimir unos sobres para suplir un pedido; pero aunque la pantalla de la computadora mostraba los colores deseados y la impresora tenía los colores correctos, una vez impresos los sobres, la tinta se aglutinaba formando como una plasta. Solicitamos a un técnico revisar la impresora, quien nos informó que la causa del problema de impresión era debido a que los cartuchos de tinta no eran originales, sino genéricos, estos estaban derramando tinta en exceso. La recomendación fue comprar cartuchos de tinta originales.

Entonces, mientras esto se resolvía, nos trasladamos a la editorial e impresora que manejamos en otro lugar de la ciudad. Intentamos imprimir los sobres en una de las impresoras en color, después de instalarle el programa operativo y calibrarla; pero resulta que esta no podía imprimir correctamente el logo deseado. Pedimos a otro técnico que examinara esta otra máquina, este nos dio el diagnóstico: la razón de no poder imprimir el logo era que el color del mismo, usaba en su mayoría tinta color magenta; entonces el técnico se percató de que el cartucho de tinta de ese color era el único de los cuatro, que no era original sino genérico, razón por la cual degeneraba el color.

Procedimos a buscar los cartuchos originales, sin encontrarlos; pero lo que sí encontramos fue una gran enseñanza, además de que confirmamos que muchas veces lo barato sale caro. Fue necesario botar los cartuchos, pero además de todo, perdimos tiempo esperando hasta encontrar los originales en el mercado.

El mejor aprendizaje fue que aunque parezca más caro, debemos preferir siempre lo original, pues aunque hay un precio mayor que pagar, vale la pena. A Dios le gusta la originalidad y la promueve, no le gustan las falsificaciones ni las copias. Aún en nuestras propias vidas, es sumamente importante mantener la sencillez y la originalidad, aunque cueste trabajo. Muchas veces es más fácil hacer lo que todos los demás hacen, volviéndonos uno del montón, en vez de usar la creatividad y propias características para mantenernos únicos.

Cada quien tiene su forma peculiar de caminar, de mover las manos, de hablar y gesticular. Cuando tratamos de imitar a alguien a quien admiramos perdemos el valor de la originalidad; deberíamos admirar el diseño particular nuestro.

Hay poses aprendidas, actitudes imitadas, apariencias y demás que nos apartan de nuestra verdadera identidad. Por ejemplo, vestirnos de una manera específica, que nos resulta incómoda, solamente por agradar una cierta exigencia social, nos hace perder identidad y personalidad. Hay quienes adoptan costumbres y modas dependiendo del lugar donde estén o las personas con quienes comparten, de tal manera que dejan de ser ellos mismos con tal de ser aceptadas.

A pesar de todo estamos a tiempo de volver a la originalidad. Busquemos nuestro diseño, destaquemos nuestras particularidades, encontremos nuestra genuina identidad, porque en ello estará la realización de nuestra vida, siendo quienes realmente somos, alcanzando aquello para lo cual fuimos creados y por lo cual vivimos.
Queridos lectores, mi deseo es que en la medida que hayan ido leyendo esta columna también hayan ido experimentando el gran deseo de ser totalmente genuinos, el anhelo de despojarse de toda actitud o acción que no es parte de su personalidad.

Nuestro Dios es poderoso para restablecernos en Él, ayudándonos a prescindir de todo bagaje y todo lo superfluo, para presentarnos ante Él a cara descubierta, tal cual somos. Él nos mostrará nuestro propio diseño, lo cual nos garantiza la realización y el éxito personal.