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El nacionalismo blanco

  • 03 diciembre 2016 /

Como un susurro desconcertado se ha planteado una pregunta en muchas casas y salas de redacción de Estados Unidos desde que triunfó Donald Trump en las elecciones presidenciales: ¿qué es, exactamente, el nacionalismo blanco?

Los autoproclamados nacionalistas blancos han abrazado, alegremente, como una victoria de su agenda, al triunfo de Trump y, en particular, que haya escogido a Stephen K. Bannon como principal estratega. Un aluvión de grupos que combaten la discriminación y los discursos de odio han, a su vez, criticado el nombramiento de Bannon y han advertido que su aceptación del movimiento de la derecha alternativa fue poco más que un intento por renovar la imagen del racismo y el nacionalismo blanco en algo lo suficientemente aceptable para el consumo masivo.

Y gran parte del resto del país se ha quedado preguntándose qué significa, de hecho, este término desconocido.

Mientras que, sin duda, el nacionalismo blanco se traslapa con la supremacía blanca y el racismo, muchos politólogos dicen que es un fenómeno distintivo; uno que fue una fuerza poderosa, aunque, a menudo invisible, en las elecciones presidenciales y lo más seguro es que siga siendo un factor potente en la política estadounidense y europea en los próximos años.

Eric Kaufmann, un profesor de política en la Universidad Birkbeck en Londres, ha pasado años estudiando las formas en las que la etnicidad se cruza con la política. Si bien la mayoría de los investigadores en ese campo se concentran en las minorías étnicas, Kaufmann hace lo opuesto: estudia el comportamiento de las mayorías étnicas, en particular de las blancas en Estados Unidos y Gran Bretaña.

El nacionalismo blanco, dijo, es la creencia de que la identidad nacional debería construirse en torno a la etnicidad blanca, y que, por ende, los blancos deberían mantener tanto la mayoría demográfica, como el dominio sobre la cultura y la vida pública de la nación.

Entonces, como la supremacía blanca, el nacionalismo blanco coloca los intereses de los blancos por sobre los de otros grupos raciales. Los supremacistas blancos y los nacionalistas blancos creen que debería incorporarse la discriminación racial a la legislación y las políticas públicas.

Algunos verán a la distinción entre el nacionalismo blanco y la supremacía blanca como una prestidigitación semántica. Sin embargo, aun cuando muchos supremacistas blancos también son nacionalistas blancos y viceversa, Kaufmann dice que los términos no son sinónimos: la primera se basa en la creencia racista de que los blancos son, de forma innata, superiores a la gente de otras razas; la segunda se trata de mantener el dominio político y económico, y no solo una mayoría numérica o una hegemonía cultural.

Durante mucho tiempo, dijo, el nacionalismo blanco fue menos una ideología que una suposición por omisión de la vida estadounidense. Hasta hace bastante poco, los estadounidenses blancos podían, fácilmente, ver a la nación, esencialmente, como una extensión de su propio grupo étnico.

Sin embargo, la cambiante demografía de Estados Unidos, el movimiento por los derechos civiles y el empuje por el multiculturalismo en muchos sectores significan que los estadounidenses blancos confrontan ahora la perspectiva de un país que ya no está construido exclusivamente en torno a su propia identidad.

Para muchos blancos, claro, la creciente diversidad es algo que celebrar. Sin embargo, para otros, es una fuente de tensión. El movimiento nacionalista blanco ha atraído apoyo de este último grupo. Sus partidarios arguyen que Estados Unidos debería proteger a su mayoría blanca limitando drásticamente la inmigración y, quizá, hasta obligando a los ciudadanos no blancos a irse.

Que Trump nombrara a Bannon como su consejero sénior y principal estratega del ala occidental ha hecho que el nacionalismo blanco esté al frente de la conversación, como ninguna otra cosa. Bannon fue editor de Breitbart News, un sitio que le describió a Mother Jones en agosto como “la plataforma de la derecha alternativa”. Si bien esta es ideológicamente más amplia que el nacionalismo blanco —también incluye a los neorreaccionarios, monarquistas y troles de Internet, amantes de los memes— el nacionalismo blanco constituye una parte significativa de su atractivo.

Por ejemplo, Richard Spencer, quien tiene el sitio web AlternativRight.com, es, también, el director del National Policy Institute, una organización que dice estar dedicada a proteger “la herencia, la identidad y el futuro de las personas de ascendencia europea en Estados Unidos y en todo el mundo”.

Spencer arguye que la inmigración y el multiculturalismo son amenazas para la población blanca de Estados Unidos y ha dicho que sus ideas es un “etno-Estado” blanco. Ha evitado hablar de los detalles de cómo podría lograrse esto y ha dicho que todavía es solo “un sueño”, pero ha hecho un llamamiento a “una limpieza étnica pacífica” para remover a los no blancos de territorio estadounidense.

Bannon, el asesor de Trump, le dijo a The Times cuando le dieron el nombramiento, que no comparte esos puntos de vista etnonacionalistas. Sin embargo, bajo su dirección, Breitbart News se ha esforzado en forma considerable para atender a un público que sí los comparte. En una entrevista por radio en el 2015, que volvió a sacar la semana pasada The Washington Post, Bannon se opuso hasta a la inmigración altamente cualificada, insinuando que creía que era una amenaza para la cultura estadounidense.

“Cuando dos tercios o tres cuartos de los altos ejecutivos en Silicon Valley son del sur de Aisa o de Asia, yo pienso …”, dijo, interrumpiendo la frase antes de continuar un poco después, “un país es más que la economía. Somos una sociedad cívica”.

Los nacionalistas blancos, incluido Spencer, se han regocijado con el nombramiento de Bannon a una posición tan elevada en la Casa Blanca de Trump. Sin embargo, concentrarse en los personajes de perfil alto, como Bannon, puede oscurecer la forma más significativa que las ideas nacionalista blancas están afectando a la política; así como impulsar el ascenso de políticos como Trump en Estados Unidos, así como en los movimientos populistas contra la inmigración en Gran Bretaña y la Europa continental.

Varios estudios de otros países han encontrado que un deseo de proteger los valores y la cultura tradicionales es el indicador más sólido del apoyo al tipo de populismo que impulsó a Trump al poder en Estados Unidos.

Muchos de esos votantes no pensarían en sí mismos como nacionalistas blancos y los valores y las tradiciones culturales que buscan proteger no necesariamente son raciales en una forma explícita. No obstante, esas tradiciones se formaron cuando la identidad y la cultura nacionales eran, esencialmente, sinónimos de albura. Así es que el impulso para protegerlas del cambio demográfico y social es, esencialmente, un intento por regresar el tiempo a uno menos diverso.

En un documento de trabajo reciente, los politólogos Pippa Norris en la Escuela Kennedy de Gobierno de Harvard, y Ronald Inglehart, en la Universidad de Michigan, concluyen, con base en un análisis de los datos de encuestas muy diversas, que los populistas han tenido logros porque son atractivos para los grupos con ansiedades culturales, como los ancianos blancos, que alguna vez fueron parte de la mayoría cultural en las sociedades occidentales, “pero que recientemente han visto cómo se erosionan su predominio y sus privilegios”.

Elisabeth Ivarsflaten una profesora de política en la Universidad de Bergen, en Noruega, llegó a una conclusión parecida tras estudiar las políticas contra los inmigrantes en Europa. A los partidarios, encontró, los motivaba un deseo de proteger su cultura nacional; lo que indica que creían que los inmigrantes representaban una amenaza para ella.

Es posible que con sus críticas a los inmigrantes y la promesa de “hacer a Estados Unidos grande otra vez”, Trump haya explotado esas mismas ansiedades culturales, impulsando su éxito con los electores blancos de más edad y menor instrucción. (En conjunto, ganó entre los votantes blancos por 21 puntos porcentuales.)

Kaufmann argumenta que la ansiedad por la identidad blanca y los políticos populistas contra la inmigración pueden tener una relación simbiótica, fortaleciéndose el uno al otro. Cuando éstos tienen logros en la corriente principal, eso puede hacer que las ideas nacionalistas blancas sean más socialmente aceptables.

“No es solo cuestión de cambio étnico y personas que se alarman por ello”, comentó. “También es una cuestión de lo que la gente ve como límites de la oposición aceptable. Se trata de lo que cuenta como racismo y de si es racista votar por un partido de extrema derecha”.

“Todo esto se trata de la norma antirracista”, continuó Kaufmann. “Si se está debilitando o erosionando es porque la gente piensa que han cambiado los límites”.

© New York Times News Service