25/04/2024
10:31 PM

La misericordia del resucitado

San Pedro Sula, Honduras.

Jesucristo, el Señor resucitado, es el misericordioso, el compasivo, el absolutamente bueno, el que está siempre pendiente de nosotros, el que sufre con nosotros y se alegra con nosotros, el eternamente bueno; Cristo Jesús el compasivo. “Y nosotros todos, con el rostro descubierto, reflejamos como en un espejo, la gloria del Señor, y nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente, bajo la acción del Espíritu del Señor”, 2 Cor 3,18.

¿Qué es un cristiano? Aquél que ha experimentado la misericordia divina, que está seguro que Dios es bueno, eternamente compasivo, porque en Cristo Jesús, por su muerte y resurrección fue adoptado por Dios Padre como hijo e insertado en la comunidad cristiana, cuerpo de Cristo en la historia, y movido por el Espíritu Santo da gloria a Dios con sus obras. ¿Qué es un cristiano? Aquél que anda con el rostro descubierto, reflejando como un espejo la gloria de Dios, y la gloria de Dios es su eterna compasión. ¿Qué es un cristiano? Aquél que dice: “yo he sido objeto de la misericordia divina porque antes era malo, antes era pecador y por pura gracia de Dios aquí estoy en la comunidad cristiana experimentando el amor de Dios en la Eucaristía, en la Palabra y viviendo fraternalmente con los hermanos”. ¿Qué es un cristiano? Aquél que descubrió en las sombras de la maldad, entre la angustia de la muerte que provoca el pecado mortal, que más allá de las tinieblas y del miedo de la ira divina, aparece un sol resplandeciente, el de un Cristo que es bueno y misericordioso y que en la cruz iba muriendo y diciendo: “perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Y ese es el Cristo que salva.

Nosotros entonces predicamos y anunciamos a un Cristo que es eternamente misericordioso, eternamente bueno, a un Cristo que en la cruz intercedió por nosotros diciendo: “perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Entonces afirmamos: todos estamos en las comunidades cristianas por pura misericordia divina. Pertenecemos a la Iglesia por su amor. Segundo: debemos manifestar de manera privada y pública que somos de Cristo, porque El por pura misericordia pagó el precio del rescate derramando la sangre en la cruz; salvarnos nos costó la vida de Cristo. Y tercero: si nosotros en Cristo resucitamos y vamos al cielo, no será por mérito nuestro, sino por pura misericordia de Dios. Entonces ¿qué es un cristiano o una cristiana? Aquél que está siempre diciendo con su vida y su palabra: “yo estoy aquí por pura gracia de Dios, porque El se compadeció de mí, ya que por mí, basura que soy, no merecería estar en la Iglesia ni estar vivo. ¿Por qué? Porque la santa ira de Dios podría en justicia provocar un cataclismo universal, arrasar con la humanidad, porque como seres humanos hemos hecho tanto daño, mucho mal y hemos ofendido demasiado a Dios. Estamos vivos y en comunidad cristiana por pura misericordia de Dios. Si aceptamos esto, no seremos víctimas de la vanagloria, ni de la soberbia, de ese orgullo tonto que me hace creer que yo me estoy salvando por mis propios méritos.

Entonces nosotros andamos con el rostro descubierto y sin pena diciendo: “éramos pecadores; por nuestra propia fuerza nunca hubiéramos salido del pecado, jamás hubiéramos dejado esta vida triste, opaca, gris, sin sentido, cuando nos revolcábamos en la maldad viviendo en las tinieblas”. Por pura gracia, por el poder de Cristo estamos siendo liberados de las tinieblas, por eso: “¡Cristo y yo mayoría aplastante!” Cada uno con el poder de Dios se convierte en un vencedor, pero gracias a Jesucristo, no por uno mismo.

El diablo fomenta el miedo, la derrota, el desánimo y la tentación, y nos dice al oído que Dios no nos va a perdonar, que no es misericordioso. Y el mundo presenta entonces una lista interminable de atractivos para olvidarnos de Dios. Solos contra el mundo, el demonio y la carne, no podremos salir de ese mar de angustia y de pecado. Pero cuando Jesús nos tiende la mano y nos agarramos firmemente de Él, sentimos como un rayo que cruza la noche del espíritu, nos sentimos acogidos, envueltos en su misterio de amor y Él nos besa el alma como la madre a un niño y nos dice: “no te preocupes, yo estoy contigo” y nos acurruca contra su pecho y escuchamos el palpitar de su corazón que nos dice: “yo te amo, yo te amo, yo te amo y te perdono”. Y ahí está Cristo dando la vida por nosotros y acogiéndonos, perdonándonos setenta veces siete. Ese es Jesús, el Dios misericordioso, infinito amor, con quien somos invencibles.