26/04/2024
09:49 PM

Un plan sin nación

San Pedro Sula, Honduras.

Fue en septiembre de 2007; lo recuerdo muy bien y lo tengo registrado. El día 22, un sábado por la tarde, para ser más preciso. El entonces precandidato presidencial nacionalista, Porfirio Lobo Sosa, llegó puntualmente a nuestra cita en Valle de Ángeles, acompañado por su amigo y posterior Ministro de Defensa, Marlon Pascua. Nos habíamos citado para una reunión en la que yo debía explicarle al jefe de la oposición política los ejes clave del Plan de Nación que estábamos preparando por delegación expresa del presidente de la República, Manuel Zelaya.

El Presidente, que me había encargado a principios de ese año diseñar las bases de ese plan de nación, para lo cual debía realizar consultas con los diferentes sectores sociales y políticos en todo el territorio nacional, me pidió, una vez concluido el trabajo inicial y ya con las bases del plan a punto de ser redactadas, que me reuniera con el precandidato Lobo y le expusiera el contenido y los resultados de nuestro trabajo. Así lo hice y a ello se debía aquella reunión sabatina en mi casa del Valle.

Porfirio Lobo, con su prudencia natural y su permanente sonrisa a flor de labio, me escuchó con atención y mostró un interés auténtico en el asunto. Comprendí de inmediato que el tema del Plan de Nación no era para él una simple estratagema electoral sino una preocupación verdadera. Hizo varias preguntas, se interesó por algunos aspectos concretos y, finalmente, con optimismo de precandidato, me dijo, medio en broma y medio en serio: “gracias, Víctor, por dejar preparadas las bases de lo que puede ser nuestro plan de gobierno”. Y se rio satisfecho y casi seguro de su futuro triunfo.

Al comentarle al presidente Zelaya sobre la reacción del líder de la oposición política y su certeza de que las bases de nuestro Plan podrían servirle en el diseño de su propio proyecto para gobernar Honduras, me dijo, también medio en serio y medio en broma: “No anda equivocado Pepe, tiene razón, las bases le servirán al ganar las elecciones”. Y así fue.

Cuando don Porfirio Lobo se convirtió en Presidente de la República, en la mañana del 27 de enero del año 2010, una de sus primeras decisiones fue convertir en ley el diseño de un Plan de Nación que había elaborado un equipo especial de sus principales colaboradores. Ese Plan, enmarcado en una Visión de País de largo alcance, se convirtió en la principal iniciativa política de gran envergadura auspiciada por el nuevo Gobierno.

A pesar de las dificultades inherentes a su anormal surgimiento y en medio de los problemas y contratiempos derivados de la crisis posterior al golpe de Estado, el gobierno lobista dio la impresión de haberse tomado muy en serio la idea de contar con un Plan de Nación y, lo que es mucho más importante, ponerlo en práctica. Le encargó a su Ministro estrella, Arturo Corrales, la estratégica tarea de articular los objetivos del Plan de Nación con el diseño del nuevo presupuesto y con una necesaria reconfiguración de los recursos, posibilidades y potencialidad del territorio nacional. Se dividió el país en varias regiones especiales de desarrollo, tomando en cuenta las posibilidades productivas y las cuencas hidrográficas, bajo la concepción de una visión integral del ordenamiento territorial. Hasta ahí todo iba bien. Pero pronto comenzaron los problemas, la resistencia silenciosa de los burócratas, atrincherados como siempre en sus oasis de poder sectorial, agazapados en los resquicios del presupuesto, dispuestos siempre a saltar furiosos para defender sus autonomías privadas, sus refugios administrativos, en donde reinan sin pena ni gloria, pero también sin rendición de cuentas ni transparencia necesaria.

Al final, ya a mediados del periodo gubernamental de Porfirio Lobo, el Plan de Nación estaba haciendo aguas y los burócratas encargados de echarlo a andar habían sucumbido a la misma modorra tradicional, atrapados en la rutina cotidiana, rendidos ante el muro infranqueable de lo que el propio Presidente llamó “la maldita burocracia”. El Plan de Nación y su hermana gemela, la Visión de País, se fueron a volar y las cosas siguieron como siempre, sin rumbo, sin destino, sin objetivos precisos y medibles.

Hoy, con el inicio del nuevo Gobierno, que en teoría, al menos, no es más que una especie de prolongación aburrida del régimen anterior, las cosas siguen igual… o peor. Se han disuelto, en la práctica, las regiones de desarrollo, se ha rediseñado el marco territorial en función del utópico proyecto de las “ciudades modelo” y, lo que es cada vez más evidente, se ha impuesto una concepción contradictoria que privilegia un plan pero no toma en cuenta a la nación. Se concede prioridad a la entrega sectorial del territorio en manos privadas, nacionales o extranjeras, dejando en segundo plano los intereses vitales y estratégicos del país entero. De esta forma Honduras queda convertida en una indefensa mercancía, negociada impúdicamente en el bazar de la oferta y la demanda, bajo las leyes implacables del “infalible” mercado. Se aplica un plan, pero se olvida a la nación. No hay duda: hemos errado, por enésima vez, el camino.