16/04/2024
12:23 PM

Familiares de mineros: 'Vivos o muertos queremos a nuestros parientes”

Choluteca.

Llevan más de 80 horas sumidos en la desesperación y el dolor. Son ocho familias que desde el miércoles no tienen paz. Los padres, esposas, hermanos, hijos y primos han tomado la mina de San Juan Arriba como su hogar temporal.

Se han instalado en el lugar esperando noticias. Cada movimiento de los rescatistas les da esperanzas de que encuentren a sus seres queridos. Los días y noches han sido largos y se confortan rezando, orándole a Dios.

Después de tantas horas de espera, las familias van asimilando la tragedia. La ayuda de psicólogos, pastores y sacerdotes de las Iglesias las han preparado para lo peor.

Ahora solo piden a las autoridades que la búsqueda no se detenga. Que el único consuelo que los mantiene con esperanzas es verlos, tener sus cuerpos, porque vivos o muertos los quieren de regreso.

LA PRENSA dialogó con las familias que aguardan en el albergue acondicionado para ellos. Cada uno relata lo que han vivido estos cuatro días. Con los rostros tristes y las lágrimas rodando por las mejillas hablaron de los hombres que se arriesgaron en la mina para sostener a sus parientes.

Dolorosos relatos

Ana Ramírez es familiar de dos de los ocho soterrados en la mina, Celestino Anduray y Wilmer Ramírez. Los dos hombres se trasladaban todos los días desde la aldea Chuscuaga hasta la mina. A los hombres no les importaban las horas de camino; solo buscaban ganarse su sueldo para alimentar a sus familias.

“Vivían en Chuscuaga, trabajaban todos los días y estaban alegres porque tenían un trabajo estable. Pero desde el miércoles, cuando ocurrió el desastre y nos llevaron la noticia, nuestras vidas cambiaron. Ahora estamos aquí esperando noticias. Queremos que vivos o muertos nos entreguen a nuestros parientes. El tiempo avanza y estamos desesperados”, dijo la mujer.

Como ella está Alberto Núñez Rueda, otro de los familiares que esperan en el albergue. Tiene tres parientes en la mina y está impaciente. “La espera es angustiosa. No sabemos dónde están. Quedaron enterrados y ya no esperamos encontrarlos con vida. Ha pasado mucho tiempo. Son cuatro días y solo les pedimos a las autoridades que nos entreguen sus cuerpos, que no los dejen en ese lugar”, explicó Núñez.

Acongojada, Delmi Ramírez, hermana de Wilmer Ramírez, está sentada con sus hermanos. Viven con incertidumbre. Desde el miércoles, todos dejaron su casa en Chuscuaga y se instalaron en la mina. Pese a que no quiere perder las esperanzas, pide a Dios que los encuentren y teme lo peor. “No sabemos nada de los ocho que faltan. Aquí nadie duerme ni come. El dolor nos invade y la desesperación aumenta porque no saben dónde están. Venimos de El Zapotal. Es terrible lo que ha ocurrido. Nos duele esto. Aquí todos somos hermanos y no es fácil vivir estos momentos”, dijo Delmi.

Los quieren vivos o muertos

Seidy Maritza Ramírez es la otra hermana que acompaña a la familia en la espera. “Vivimos con mi papá. Solo yo pude venirme. Mi hermano sostenía a mis hijas: una de ocho y otra de cuatro. Mis hijas le decían papá a él y ahora sufrimos esta angustia. Estamos pidiéndole a Dios hallarlos. No nos vamos de aquí hasta que nos den una respuesta. Vivo o muerto queremos el cuerpo de él para saber dónde tenemos un lugar tan siquiera para ir a dejarle flores. Es una tragedia que nos marca. Mi papá no tuvo valor de venir aquí porque él ya está muy mayor y no cree soportar el momento”, dijo Ramírez.

Pero la familia Muñoz completa llora. Siete de los ocho hijos se abrazan, se consuelan. Junto a ellos está su tío Santos Emilio Muñoz, hermano de otro de los mineros que se encuentran bajo la roca que les cambió la vida la tarde del miércoles.

Llegaron desde la aldea La Cuchilla. “Deben ponerse en nuestro lugar para que entiendan el dolor que vivimos. Solo digo que de aquí no nos vamos mientras no nos digan qué pasó con ellos”, dijo el familiar.

Óscar Javier Flores Gúnera tenía dos meses de trabajar en la mina y desde El Cerrón, en Concepción de María, se trasladaba a la mina en San Juan Arriba.

El año pasado se había graduado de bachiller. Sus padres estaban orgullosos, pero ahora el dolor los embarga porque aún no lo encuentran en la mina.

“Hemos orado a Dios pidiendo fortaleza. Ahora solo le pedimos que guíe a los rescatistas y los encuentren. No podemos seguir en esta incertidumbre. Eestamos desesperados”, explicó.

Los minutos cuentan. Para ellos no hay paz. Sus vidas no son las mismas y lo único que tienen ahora es la confianza en los rescatistas.

Los observan y les dicen a cada instante que están pendientes, esperando noticias y confiando que pronto encontrarán a los ocho hombres atrapados en las entrañas de la montaña que era su fuente de empleo.