Levantan sus manitas, las sacuden y luego las cruzan sobre su pecho. Eso es un aplauso amoroso con el que los niños del jardín de la Iglesia Católica Rayito de Esperanza de Chamelecón reciben a los visitantes.
Son niños inteligentes, despiertos, cariñosos y en riesgo social residentes en Chamelecón guiados por madres-maestras que les dedican su tiempo gracias al proyecto liderado por la Iglesia Católica, conocido como Japaic.
El amor y la ternura con que las madres maestras enseñan a esos niños es ejemplar. Lo hacen sin esperar remuneración, únicamente por la satisfacción de ayudar a esos infantes y que no caigan en las garras de la delincuencia. Son parte de los miles de pobladores de Chamelecón que destacan por sus labores positivas.
Ese jardín está en el corazón de la colonia Morales, un sector calificado como de alto riesgo, no solo por la violencia sino por el abandono en que está: calles destruidas, falta de alcantarillado y sumado a ello muchos de esos infantes que acuden al Japaic ni siquiera están inscritos en el Registro Nacional de las Personas. Son indocumentados en su propio país.
Reyna Ramírez es la coordinadora animadora en ese jardín que tiene 30 niños. Es una madre de la localidad que vive en el sector y da su tiempo voluntariamente. “Atendemos a niños en riesgo social y acá se les educa para que vayan a la escuela, se les da un diploma al final de los dos años”, dice Reyna emocionada al recordar las historias de los niños que han dejado la calle gracias a la labor de las madres maestras.
En Cortés funcionan 22 Japaic en los sectores Rivera Hernández, Ocotillo Chamelecón, El Merendón, bordos de la Bográn, Andalucía y Guadalupe, además en aldeas en San Manuel, La Jutosa, Marañón y Armenta. Todos estos lugares son de extrema pobreza y de alto riesgo por el exceso de violencia.
La misionera claretiana Consuelo Martínez es la coordinadora del proyecto desde hace 19 años y ha llegado a lugares adonde los niños no reciben la atención que merecen y necesitan, como educación, alimentación y salud.
“Solo abrimos un jardín donde la pobreza sea grande y este derecho de la educación no esté cubierto”, dice la hermana que además relata que han tenido que cerrar un centro por la violencia. Antes de abrir un Japaic convocan a las mujeres del lugar que se destacan por sus actitudes de servicio a la comunidad.
La misionera dice que para ellas el proyecto es una respuesta de esperanza y se demuestra en el amor y la ternura con la que educan esos niños los pequeños.
Ya son 180 las mujeres que están colaborando en forma voluntaria y han aprendido a cubrir las necesidades de su hogar, asistir al jardín e incluso a realizar otros trabajos remunerados en tiempos libres. Las madres maestras tienen que estar en un proceso constante de formación y las familias de los niños se comprometen a elaborar y repartir la comida un día al mes, cada una a todos los niños.
Los Japaic educan a unos 500 niños enmarcados en los valores de amor, verdad, respeto, solidaridad, igualdad y el compartir.