27/04/2024
02:08 PM

Vicente Sierra le hizo hasta de 'Piporro” en su juventud

San Pedro Sula, Honduras. Cansado de transitar los caminos de la vida desde que era embolsador de fruta en los campos bananeros de la Standard, don Vicente Sierra suele relajarse sentado en uno de los sillones de su barbería El Pueblo mientras su hija Paty atiende a la clientela.

En un rincón de la vieja peluquería está la guitarra que frecuentemente el barbero descuelga para despertar antiguos recuerdos como cuando era integrante de las Voces de Sula o entretenía a los parroquianos de los cabarets imitando al artista mexicano Lalo González el Piporro.

Amanecía los sábados actuando en aquellos centros nocturnos como el Acorralado, en los que también hacía actos de magia mientras el resto de la semana se dedicaba a trabajar como fígaro en diferentes establecimientos, según recuerda don Vicente, quien además se destacó como jugador de ajedrez.

A San Pedro Sula llegó el año de la guerra con El Salvador, procedente de Olanchito, adonde había sido barbero, sastre y trovador. En el campo El Bálsamo de Olanchito hizo todas las labores de la bananera, entre ellas las de embolsador de fruta. Como sabía costurar, él mismo hacía las bolsas que se usaban para proteger los racimos de bananos de las plagas.

Como músico “tocaba la guitarra en Radio Aguán o íbamos a Coyoles Central a participar en los concursos que hacía Radio Lux. Tuve una juventud muy acelerada”, dice.

Gracias a su don de músico nato logró conquistar con sus melodías a la que ahora es su esposa Reyna Idalia Obando cuando ella solamente tenía 14 años y ambos vivían en Ocote Campo de aquel municipio.

La cipota se quedaba extasiada escuchando al muchacho tocar la guitarra en las gradas del barracón contiguo al de ella en tardes olorosas a guineo en mata. “Vivíamos en un barracón de dos piezas, separados por una pared”, recuerda ella.

Una vez Reyna Idalia se enojó con él porque se había ido para otro campo sin decirle nada, así que cuando regresó le dijo que ya no seguirían de novios. Entonces él, por la ventana que los separaba, comenzó a cantarle la canción con sabor a despedida La Barca de Oro, acompañándose de su guitarra.

No volverán tus ojos a mirarme, ni tus oídos escucharán mi canto... ni bien había terminado Vicente su canción cuando la cipota estaba con su rostro bañado en lágrimas pidiéndole que se quedara.

Esa noche planearon la fuga a El Bálsamo porque por ser ella menor no podían casarse sin la autorización de los padres. “Sabía que de hambre no me iba a morir porque Vicente, aparte de ser músico, era barbero y era sastre”, comenta ahora Reyna Idalia.

A los dos años de estar juntos se trasladaron a San Pedro Sula, adonde, con el tiempo y sus tres hijos crecidos, cumplieron sus sueños de legalizar su unión por lo civil, ella con un traje color nácar y él con una guayabera blanca.

Se perdió en su barrio

Para don Vicente haber llegado de los campos bananeros a la ciudad era como haber arribado a Nueva York porque no conocía nada de la nomenclatura. Por eso se perdió rumbo a su primer trabajo como barbero, pese a que el negocio estaba localizado en el mismo barrio Miguel Paz Barahona, adonde estableció su hogar.

‘Estás despedido’, le dijo el dueño de la peluquería cuando lo vio llegar a las nueve; sin embargo, decidió dejarlo después de que el joven barbero le explicó que se había extraviado en el camino por no saber ni lo que era una cuadra.

Pocos años después se trasladó con sus tijeras y su guitarra a trabajar a la barbería El Fígaro, que estaba en el centro de la ciudad, cerca del Centro Cultural Sampedrano, donde solía practicar el grupo de música hondureña Las Voces de Sula. Fue entonces que se sintió atraído como la mosca a la miel por aquellos sonidos melodiosos compuestos por voces y guitarras que salían del céntrico edificio, y decidió incorporarse a ellos.

De repente se vio tocando con el grupo en suntuosos lugares como el hotel Honduras Maya de Tegucigalpa o distinguidos centros nocturnos como El Avión que por aquellos tiempos funcionaba donde ahora es el Seguro Social.

Un evento que no se le olvida fue el homenaje que le hicieron a la compositora nacional Lidia Handal en la terraza de la Farmacia Handal. Allí, entre las notas de su canción Jamás, la enigmática dama -ya fallecida- reveló que solamente una vez en la vida se había enamorado, recuerda el veterano barbero.

También tuvo grandes sastifacciones como jugador de ejedrez al haber representado con éxito a Honduras en varias oportunidades. En Guatemala se las vio con el maestro de este deporte Carlos Reyes con quien quedó empatado después que el chapín le había ganado dos peones, dijo. Fue además subcampeón del juego ciencia en San Pedro Sula.

Tantos recuerdos parecen arremolinarse en la emblemática barbería, localizada en las cercanías del mercado El Dandy. Con sus puertas siempre abiertas, es un establecimiento que parece detenido en el tiempo porque conserva su fisonomía clásica de hace 30 años.

Don Vicente se niega a remodelarla, pese a las presiones de su hija Paty y de César Aungusto, su otro hijo que también es barbero, así como se resiste a guardar sus tijeras.

No deja la barbería, aunque últimamente solo atiende a los clientes que le han sido fieles por años. A los nuevos los peluquea Paty y César Augusto que llega a las cinco de la tarde después de haber salido de la universidad.

A los clientes de antaño, el veterano peluquero los complace con su guitarra o poniendo a sonar un disco de acetato de su extensa colección. Calcula que tiene unos dos mil discos de larga duración coleccionados durante más de cuarenta años, los que todavía alegran el ambiente mientras giran punzados por una aguja electrónica, como ha girado la vida del polifacético barbero.