24/04/2024
12:27 AM

El negocio de la muerte ronda la morgue forense

Luis Idelfonzo Ordóñez preparó el cadáver de su hijo a quien encontró como desconocido en la morgue judicial, donde él vende ataúdes.

San Pedro Sula, Honduras

Afuera de la morgue, los vendedores de ataúdes se entretienen lanzándose golpes mientras esperan clientes. Es solo un juego de manos porque no llegan a pelearse por un muerto, ya que hay para todos.

“Por regla debe haber un muerto nuevo al día, porque adentro hay muchos que apestan de viejos”, comenta Luis Zambrano, un hombre bajito que vende chucherías en un troquito, refiriéndose a los cadáveres sin reclamar apilados dentro de la vieja morgue forense de San Pedro Sula.

Sin embargo, el coordinador de los forenses, Héctor Hernández dice que son de 5 a 10 cuerpos los que ingresan a diario y que hay por lo menos unos 50 en los freezeres. La pestilencia que escapa por las rendijas de los destartalados cuartos de refrigeración donde estos cuerpos aguardan, no llega hasta los vendedores de ataúdes quienes viven de la tragedia ajena, pese a que el matiz del negocio es que les brindan un servicio oportuno a los dolientes.

Tres veces muertos

El servicio incluye la preparación y el embalsamado de cadáveres, lo cual realizan en sus respectivas funerarias aunque hay aprendices que lo hacen en las afueras de la morgue cuando no los ve la policía, dice Luis Idelfonso Ordóñez, uno de los vendedores.

Con 35 años en el oficio, a Ordóñez ya no le causa ninguna impresión trabajar cadáveres putrefactos, tiroteados o acuchillados. Aunque se mueven cuando les presiona algún tendón, no le provocan el mínimo temor porque sabe que están “tres veces muertos”.

“Imagínese que los mata su asesino, luego el forense que los abre para determinar las causas de su muerte y por último nosotros cuando les sacamos las tripas para prepararlo”, comenta el vendedor de ataúdes. No se conmovió ni cuando le tocó preparar el cuerpo de un hijo suyo que la Policía halló “pasconeado” a tiros a orillas del río Chamelecón. Ordóñez lo encontró días después como desconocido en la morgue.

“No creía que fuera él porque tenía 52 tiros que le desfiguraron la cara y otros ocho en el pecho”.

El misterio de la muerte ya no lo perturba, pero reconoce que estuvo tres días sin comer la primera vez que le tocó preparar a un compañero estando en el ejército, donde le enseñaron el macabro trabajo. Se trataba de un soldado que murió despedazado al pararse en una mina “cazabobos” durante un entrenamiento en un campamento militar de Macuelizo, Santa Bárbara.

Una larga banca de cemento con respaldar de madera forma parte de la antesala a la morgue, donde los comerciantes funerarios ofrecen sus servicios. En cuanto llegan personas con rostros entristecidos, a veces llorosos, las abordan con un toque diplomático para ofrecerles desde un ataúd de madera rústica, hasta uno tipo presidente con doble tapadera y ventanilla de cristal. Si quieren también les preparan sus difuntos para que duren hasta 48 horas.

La pestilente morgue

Más allá de un portón de hierro negro custodiado por guardias, los forenses trabajan con limitaciones tratando de desentrañar las causas de la muerte de tantas víctimas de la violencia.

El cadáver de un hombre desnudo rodeado por una nube de moscas y un olor a mortandad que no detienen las mascarillas anuncia que hemos llegado a la sala de autopsias. A esa hora los forenses han guardado sus muertos en un viejo freezer para ir a almorzar. Solo ha quedado afuera el muerto que está en la entrada y que recién ha llegado.

La puerta del freezer ya no cierra por eso deja escapar malos olores, explica Héctor Hernández, un cirujano con maestría en medicina legal, quien sueña ver a la morgue funcionando en condiciones dignas para los vivos y los muertos. El especialista mostró unos trozos de madera ennegrecidos, sobre los cuales se coloca la cabeza del cadáver al momento de abrirle el cráneo. En las morgues modernas se usan aparatos especiales en vez de estos palos para sostener la cabeza, por estética, higiene y por la comodidad del forense, expresó.

No todos los muertos que salen de la morgue representan negocio para los vendedores de ataúdes, pues muchos cuerpos, al no ser reclamados, son sepultados en bolsas en un cementerio para desconocidos de la colonia Rivera Hernández.