Para llegar a ser director del Centro Universitario Regional del Norte (Curn), Carlos Martínez se subió a los buses que transportaban a los universitarios con el fin de pedirles el voto directamente. Parecía que hacía competencia con los músicos que, guitarra en mano, solicitaban un apoyo económico a los pasajeros después de sus intervenciones.
Todavía la institución no ostentaba el nombre de Universidad Nacional Autónoma en el Valle de Sula (Una-vs) cuando el catedrático nacido en un barrio pobre de Comayagüela, hijo de un cartero y una costurera, fuera inducido por estudiantes y colegas para que se metiera en la política universitaria.
“Sin proponérmelo participé como candidato a director, no me simpatizaba la idea porque las luchas de los frentes de aquel entonces no eran compatibles con mi forma de vida tranquila, pero una vez que acepté me puse a trabajar duro en el asunto”, recuerda el reconocido docente universitario.
Había una campaña contra él como miembro del Frente Unido Universitario Democrático que se veía reflejada en las paredes manchadas con insultos. Por eso cuando su hija mayor salió de la educación secundaria, decidió matricularla en una universidad privada para que no se contaminara con ese ambiente de extremismo político que había en el entonces Curn.
Venciendo las barreras del radicalismo y la difamación logró por fin convertirse en el tercer director de la máxima casa de estudios superiores de la zona norte, pero su triunfo estuvo marcado por actos de violencia que estremecieron el campus universitario.
No eran estallidos de petardos ni cohetes celebrando la victoria del joven profesional, sino ráfagas de fusiles AK 47, que atravesaban paredes, techos y hacían estallar transformadores, las que relampagueaban en la oscuridad la noche después de las elecciones de 1991.
“Aquello era como estar en una guerra, nosotros estábamos en la segunda planta de la biblioteca, nos dábamos el abrazo con el abogado Eduardo Gaugel cuando se produjo el tiroteo. Para ponernos a salvo nos refugiamos en los sanitarios, bajo los lavabos. Gracias a Dios no hubo heridos”. Tampoco se supo quiénes fueron los autores del atentado.
Catedrático de catedráticos
Desde que se graduó como Licenciado en Biología en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, Carlos Martínez ha estado ligado al Curn y ahora a la Unah-VS a través de los diferentes cargos que ha ostentado.
Recién graduado, el director del Curn por aquel entonces, Aníbal Delgado Fiallos, le dio la oportunidad de convertirse en catedrático no solo de estudiantes sino también eventualmente de profesores de segunda enseñanza.
Como el Curn estaba en una etapa de transición académica, al joven de 25 años le dieron la responsabilidad de ser el primer jefe del departamento de Biología. “Me tocó dar un curso a los estudiantes de Pedagogía que era una facultad nueva. Mi primer día de clases al llegar al aula me llevé la sorpresa de que todos mis alumnos eran mayores que yo. Por ser profesores de colegio tenía que demostrarles que dominaba los temas y tenía capacidad suficiente para estar parado frente a esa cátedra”, expresó.
La jefa es su esposa
Actualmente la jefa del Departamento de Biología es su esposa Gloria Suyapa Villatoro, a quien conoció cuando ambos eran estudiantes en el Instituto Central Vicente Cáceres de Tegucigalpa.
Ambos se pagaban sus estudios universitarios trabajando como instructores de laboratorio de la Unah. “Orientábamos a los otros estudiantes de biología, pero también nos tocaba lavar tubos de ensayo y asear el laboratorio”.
Tras que se graduaron se casaron y como si el destino se empeñara en mantenerlos unidos, a los dos se les abrieron las puertas para trabajar en la Unah-vs.
Martínez dice sonriente que nunca tuvo oportunidad de echar una canita al aire como otros muchachos, porque ella ha estado a su lado desde que eran adolescentes.
“Anduvimos cinco años de novios y nos casamos al salir de la Unah. Tenemos 41 años de casados y seguimos juntos como docentes de la Unah-vs. Como jefa la respeto y la obedezco, porque además tengo que dar el ejemplo ante los otros catedráticos”.
“En la universidad ella es mi jefa, en la casa es mi esposa, pero también es la que manda”, dice el catedrático sin dejar de sonreír. Ella lo confirma siguiendo la broma, pero luego admite que ambos se ganaron la lotería porque forman un matrimonio feliz que comparte responsabilidades en el hogar.
Además de su amor por su esposa y la docencia, Carlos Martínez demostró un gran apego al deporte desde que estudiaba en el Vicente Cáceres donde integró la selección de fútbol del colegio.
Había nacido en Villa Adela, “uno de esos barrios humildes, pero bonitos donde la diversión de los cipotes eran las potras en la calle y las fugas al río Choluteca, que todavía tenía pozas que no estaban contaminadas”. Estando en el Central alternaba sus estudios con los partidos de fútbol en el campo Birichiche bajo los regaños de don Lurio Martínez, el entrenador de la selección estudiantil.
A los alumnos del Vicente Cáceres “nos decían los ratoncitos porque el uniforme de diario era un saco de dril color gris, manifiesta al recordar sus años de bachillerato.
Ahora que está con un pie fuera de las aulas universitarias pues este año se jubila, ve los frutos de todo su esfuerzo al ver exalumnos que ostentan cimeras posiciones. “A veces cuando voy por la calle encuentro a gente que me saluda con mucho respeto y me dice: usted no se acuerda de mí, pero yo fui alumno suyo en la universidad”.
Algunas de esas personas son hombres gordos y calvos, pero exitosos a quienes Martínez no logra asociar con los muchachos inquietos a los que impartía clases en los albores de su carrera.