28/04/2024
12:29 PM

Milton Flores, esclavo de la hemodiálisis y las cicatrices en su piel

Unos 5,000 hondureños sufren de problemas renales; esta enfermedad marca sus vidas y su piel.

Las cicatrices en su muñeca, brazo y cuello son las marcas que le han dejado 461 días en Gran Central Metropolitana. Ahí dejó su vehículo en el que presta su servicio por contrato.

Los empleados que viajan con él no han salido, hay tiempo para un café; él toma un trago de agua. Recuerda todo como si fuese ayer. Hace más de cinco años, cuando tenía 40, su vida era normal. Viajaba fuera del país para comprar mercadería y revenderla y gracias a esos dos trabajos pagaba sin problemas los estudios de sus hijos.

Pero la vida le dio un giro inesperado. Un día que sufría un severo dolor de cabeza decidió ir al doctor. El diagnóstico en ese momento fue alta presión, esta es la segunda causa de la insuficiencia renal, la primera es la diabetes.

Visitó un internista y luego el nefrólogo que le dio la mala noticia. “Me dijo que los dos riñones estaban decayendo y me pusieron en tratamiento para ver si podían recuperarse”. Todo fue en vano, dos años después el diagnóstico era irreversible.

“Llegó un momento en que quería suicidarme, saber que no había pisto para ir a diálisis, que los cipotes tenían que ir al colegio y que no había comida en la casa... Es lo más horrible que me ha pasado en la vida, principalmente cuando me pusieron el catéter. La insuficiencia renal es triste y somos despreciados hasta por la sociedad”, expresó.

Pero lo peor apenas estaba por venir. Su economía se vino abajo y tuvo que desprenderse de muchas cosas materiales para someterse al tratamiento de la hemodiálisis.

El primer paso era que usar el catéter, un dispositivo que puede ser introducido dentro de una vena. Meses después le pusieron la fístula.

Solo en los primeros días pagó alrededor de 100 mil lempiras. Actualmente sus gastos son de hasta cuatro mil lempiras al mes para mantenerse en tratamiento. Cuando no hay medicamentos en el hospital Mario Rivas le toca gastar más.

“Nada es gratis en el hospital, a nosotros nos cobran cada medicamento que nos dan”.

Ya eran las 4:30 de la tarde y los empleados que viajan con él empiezan a abordar el bus. Se percatan de nuestra presencia e inmediatamente le preguntan quiénes somos. “Lean LA PRENSA el sábado”, les dice.

Sus pasajeros conocen de la enfermedad y hablan con tal propiedad como si la han sufrido. “Mi mamá murió de eso”, dice uno de ellos. Ya estamos cerca de Chamelecón, ahí viven todos, también Milton.

Después de hacer un recorrido de 10 paradas se dirige a su casa. Pocos minutos después recibe una llamada de su esposa y sin vacilar regresa al centro a recogerla.

Aunque se ve serio, Milton es una persona amable. Sus hijos y sobrinos parecen adorarlo. Le da jalón a cuantos vecinos puede y cuando pasa en su busito y ve alguno esperando le ofrece llevarlo.

De regreso a su casa le pide cena a su esposa. “Urbina, que vas a hacer”, a veces la llama por el apellido. Ella se llama Carmen y ha sido una pieza clave para este proceso. “Ha sido muy difícil, más los años que él no podía trabajar, pero mi familia me ha apoyado. Dios no desampara a nadie. Él a veces se enoja, pero yo pienso en todo lo que pasa en esa máquina y no le hago caso”, comenta Carmen mientras lava los trastes. Su hija menor, Fernanda de año y medio, consciente a Milton.

Después de un día agitado no quiere más que descansar. Él se duerme temprano, esa noche es la excepción y se queda platicándonos más sobre su caso en la sala de su casa.

“Solo puedo tomar 500 miligramos de líquido al día porque no se puede pasar, se baja la presión porque el cuerpo no aguanta”, dice mientras disfruta de un pedazo de hielo.

Para no pasarse con los líquidos no toma un vaso completo de agua, se moja los labios con trozos de hielo hasta que se deshacen en su boca. Nos despedimos hasta el siguiente día...
Es jueves, él es el primero en levantarse. Son las 5:30 de la mañana. Esta vez no tiene que ir a diálisis. Se alista, desayuna una baleada con café y hace el mismo recorrido del día anterior.

Las vitaminas y todos los medicamentos que le han recetado lo mantienen lúcido, cualquiera pensaría que no está enfermo.

Sin embargo, la realidad es otra, Milton se encuentra en la etapa cinco de la enfermedad... la última, como lo están la mayoría de los enfermos renales.

Los médicos le han dicho que necesita un trasplante de riñón; en San Pedro Sula apenas se han hecho 21. “Mientras Dios me preste vida seguiré con mi tratamiento. Si tuviera dinero me haría el trasplante, tengo amigos que han gastado hasta un millón de lempiras y un año después regresan a diálisis”.

Se acercan las 8:00 de la mañana y concluimos las 24 horas con Milton, un día de aprendizaje hasta el último momento cuando se despide con una frase que pareciera simple para quienes gozamos de tener en buen estado nuestro organismo: “Cuídense esos riñones”.

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