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Maestra no vidente ayuda a otros niños de su misma condición

  • 14 noviembre 2014 /

Pese a que no ve absolutamente nada, se transporta en bus desde la Rivera Hernández cuando le toca dar clases.

San Pedro Sula, Honduras.

Dilcia Caballero tenía 18 años cuando se apagaron por completo las luces de su mundo, pero logró sobreponerse y ahora, diez años después, es maestra de niños invidentes, atleta y estudiante de Pedagogía.

Pese a que no ve absolutamente nada, se transporta en bus desde la Rivera Hernández cuando le toca dar clases en el jardín de Niños Juan Bosco de la colonia Colvisula, sin más apoyo que su inseparable bastón.

Su hija Suani Yadira tenía seis meses de edad cuando ella perdió la vista a consecuencia de un desprendimiento de la retina que comenzó a manifestarse con un dolor que le taladraba el cerebro. Con la cabeza a punto de estallar fue a dar al hospital Mario Rivas donde le dieron de alta a los días porque ya no había nada que hacer, dijeron los médicos, pero todavía miraba. Estando en su casa cesó el dolor, pero de repente al despertar un día se dio cuenta que había quedado ciega.

Foto: La Prensa

Sabía que ya había amanecido porque escuchó los pajaritos cantar, pero notó algo extraño: todo seguía a oscuras. “¡Estoy ciega!”, gritó al enterarse de la realidad.

Perdió el apetito y hasta la sed. “Durante dos meses estuve sin comer y sin tomar agua”. Cuando salía a la calle le dolían en el alma los murmullos de la gente diciendo: “¡miren, esa muchacha es ciega!”. Sin embargo, se aferró a Dios y empezó a vencer los obstáculos del desaliento.

Entró a la escuela para ciegos Luis Braille, donde aprendió a guiar sus pasos con un bastón, a leer con el tacto y a jugar goalball, un deporte para personas invidentes. Ahora nadie la detiene mientras camina tanteando los espacios en las calles y provocando uno que otro suspiro masculino.

No es para menos, si tiene un cuerpo escultural formado en las competencias de goalball y de judo, sus deportes favoritos, comenta la profesora Claudia Tovar, directora del Jardín de Niños Juan Bosco.

Foto: La Prensa

Dilcia confirma sonriente que los hombres le lanzan piropos tales como: “quisiera ser tu bastón”, pero piensa que la oportunidad de volverse a enamorar se esfumó con la muerte de su último novio, un excompañero de la Luis Braille.

“La diabetes lo dejó ciego en su niñez y a causa de la diabetes murió”, dice. Su atención está centrada en la hija suya que el padre nunca conoció y en ayudar a los niños del jardín de educación inclusiva a despejar las sombras de su mundo, como lo hizo para ella. Con la ternura de una madre suele tomar la mano de cada uno de ellos y la coloca sobre una lámina didáctica. “Gustavo, dígame qué textura es esta”, pregunta a uno de ellos. “áspera, maestra”, contesta el niño, mientras pasa sus diminutos dedos sobre la superficie escogida por la muchacha.

A cada uno les da una atención única porque este tipo de educación es individualizada, explica la profesora Tovar. Todos tienen sus propias virtudes. A Esteban le gusta aprender los nombres de las capitales y a Delia María, tocar el piano.

Foto: La Prensa